En la década de los noventa, W. Chan Kim y Renée Mauborgne, profesores de estrategia de la INSEAD Business School, se dedicaron a investigar de qué forma competían las empresas. Se dieron cuenta que la mayoría lo hacía ferozmente pero siempre dentro de un mismo mercado, vale decir vendiendo el mismo producto o servicio, y buscando pequeñas ventajas sobre sus rivales. A ese tipo de competencia la denominaron océanos rojos, porque está “llena de sangre”, en una metáfora de la rivalidad destructiva entre los actores. El estudio luego pasó a una segunda etapa, enfocándose en entender por qué algunas empresas lograban un crecimiento sostenido y rentable a lo largo del tiempo, mientras las otras quedaban estancadas.
Este estudio concluyó que las empresas exitosas no compiten dentro de los límites del mercado existente; muy por el contrario, buscan crear y dominar nuevos espacios. Los investigadores los llamaron océanos azules, donde la competencia es muy baja o es irrelevante. De esta manera se aporta valor a los clientes, quienes tienen acceso a un nuevo producto o servicio, y por supuesto la empresa se beneficia de un nicho virtualmente sin competidores.
A este respecto, hace unas semanas apareció una noticia que a mi juicio pasó inmerecidamente desapercibida. El gigante de la innovación varietal Sun World anunció la formación de un joint venture con la empresa Pairwise, líder en edición genética de frutales. Ambas empresas se unieron para… ¡trabajar en el desarrollo de una cereza sin carozo… ¡wow!
No se me puede ocurrir un océano más azul en nuestra industria que el que están planteando Sun World y Pairwise. Una cereza sin cuesco abre un mercado absolutamente nuevo. De concretarse, se genera casi una nueva categoría de fruta… ¿quizás una nueva especie? Una que sale de la categoría cerezas, sin perder los beneficios nutricionales característicos de este fruto y, a la vez, gracias a su facilidad de consumo, entra en el terreno de los arándanos… ¿Ustedes se imaginan una fruta que toma lo mejor de ambos productos? … ¡wow, wow, wow!
Habrá que ver si llegamos a presenciar la cosecha de la “Cherry Berry”, pues aún queda por comprobar si realmente podrá producirse y masificarse. El segundo gran «if» de esta historia es saber si el consumidor estará dispuesto a comprarla. Pero aquello, sin duda, será materia de otra editorial.
Este caso nos demuestra que la verdadera diferenciación en la industria frutícola ya no vendrá solo de producir más, sino de pensar distinto, de redefinir las reglas del juego. El mensaje para el sector es claro: quien se atreva a desafiar los límites de lo conocido y combine conocimiento, tecnología y propósito, será quien diseñe los próximos océanos azules de la fruticultura global.

