Cada año, con la llegada de la temporada de cerezas en Chile, la industria frutícola se activa con la precisión de una maquinaria bien afinada y, en semanas, millones de cajas con frutos seleccionados emprenden una travesía hacia Asia, principalmente a China, el mayor consumidor global de esta fruta. El éxito de esta operación no solo depende de la calidad de origen, sino, sobre todo, de cómo se gestiona su traslado. Es ahí donde el programa Cherry Express ha dejado de ser una más de las alternativas para erigirse como la pieza central de la estrategia exportadora.
Este programa no es simplemente una planificación de salidas marítimas. Representa una apuesta concreta por conectar la oferta chilena con la demanda internacional de forma eficiente, ágil y coordinada. Su meta es clara: reducir al máximo los tiempos de tránsito para preservar la condición de un producto altamente perecible, donde la firmeza, el color y el sabor definen el valor de mercado. Y lo cierto es que la cereza, a diferencia de otras especies frutales, demanda una ejecución logística de alta precisión y un alineamiento operativo integral entre todos los actores de la cadena de valor, siendo vital en esa ecuación el timming del transporte.
Durante la temporada 2024–2025, Cherry Express movilizó más de 50 naves desde puertos chilenos hacia terminales estratégicos en Asia, como Shanghái, Hong Kong, Nansha y Tianjin. El promedio de duración del viaje fue de 24 días, un resultado destacable si se consideran los desafíos inherentes al transporte marítimo global, como congestión, clima y capacidad disponible. Este rendimiento no fue producto del azar, sino de una coordinación meticulosa entre exportadores, operadores logísticos, navieras y autoridades.
Sin embargo, también hubo episodios que dejaron lecciones importantes. Uno de los más críticos fue el incidente del buque Maersk Saltoro, que sufrió una avería en su sistema de propulsión, extendiendo su trayecto más de 38 días. El desenlace fue catastrófico: las autoridades chinas declararon la carga como pérdida total, ordenando su destrucción en destino. Este episodio no solo significó un revés económico considerable, sino que dejó en evidencia la fragilidad del rubro frente a contingencias imprevistas que escapan del control logístico y comercial.
Pero incluso en la adversidad, emergen señales positivas. El accionar de Maersk, que activó su mecanismo de compensación mediante el programa Value Protect, permitió que muchos exportadores recuperaran parte de las pérdidas. Este gesto reafirma la relevancia de contar con aliados logísticos que actúen no solo en tiempos favorables, sino también frente a contingencias complejas. La elección del proveedor adecuado ya no es una cuestión táctica, sino una decisión estratégica, y la asesoría técnica y jurídica en la toma de estas decisiones toma cada vez mayor valor. Ser oportuno en la prevención implica ganar agilidad en la reparación de perjuicios.
Por eso, la relación entre exportadores y líneas navieras debe entenderse como una sociedad de largo plazo, no como una simple transacción. Las compañías de transporte marítimo no solo movilizan contenedores; tienen un rol clave en la cadena de valor. Deben comprender las particularidades del negocio hortofrutícola, ajustarse a sus exigencias y ser parte activa de la gestión preventiva. Por su parte, los exportadores deben planificar con visión, mantener una comunicación fluida y promover procesos de mejora continua.
Esta visión colaborativa también permite abrir nuevas puertas. El Cherry Express ha demostrado que, cuando existe voluntad, volumen y coordinación, es posible desarrollar servicios especializados de alto valor. Esta experiencia podría replicarse en mercados emergentes como India o el Sudeste Asiático, donde el crecimiento de la clase media y la demanda por alimentos frescos generan condiciones favorables. Establecer rutas directas a estos destinos, con servicios diseñados para perecibles, sería un paso natural para consolidar la presencia de frutas latinoamericanas en nuevos escenarios comerciales.
En el escenario actual, la competitividad dejó de depender exclusivamente de la calidad de la fruta o del precio alcanzado en destino. Hoy, elementos como la eficiencia logística, los tiempos de tránsito y la condición de arribo pesan tanto —o incluso más— que el calibre o la oportunidad de la cosecha. Una cereza perfecta, recolectada en su punto óptimo, puede ver comprometido gran parte de su valor si enfrenta retrasos, desvíos o interrupciones en su trayecto. En este nuevo paradigma, el tiempo ha dejado de ser solo una variable operativa para convertirse, sin lugar a dudas, en el recurso más valioso de la exportación frutícola moderna. Detrás de cada caja que llega intacta a destino hay mucho más que logística: hay personas, decisiones y compromisos. Ingenieros agrónomos que ajustan la fecha de cosecha, operarios que embalan con cuidado, técnicos que controlan la cadena de frío, ejecutivos que gestionan espacios en las naves, y equipos de logística que monitorean día a día cada movimiento. Todo ese engranaje funciona solo si hay cooperación y confianza entre sus partes.
Cherry Express no es solo un conjunto de itinerarios; es una cultura de colaboración, una prueba de que cuando la industria trabaja alineada puede enfrentar desafíos mayores y mantener su liderazgo. Su funcionamiento refleja el nivel de madurez del sector exportador chileno y sirve de ejemplo para otras iniciativas regionales que aspiran a competir en mercados exigentes.
La temporada pasada fue particularmente difícil en términos comerciales. Los precios bajos en destino redujeron los márgenes y elevaron la presión sobre la cadena completa. En ese contexto, más que nunca, se valoró contar con socios comprometidos, que entendieran la naturaleza crítica del negocio y respondieran con soluciones ante los imprevistos. Problemas como los del Saltoro o las variaciones de temperatura en tránsito seguirán ocurriendo; lo importante es cómo se enfrentan.
El futuro cercano presenta desafíos, pero también oportunidades. Nuevas variedades, tecnologías de embalaje, sistemas de monitoreo y digitalización están transformando el sector. Pero ninguna herramienta es suficiente sin una red de colaboración sólida. La cereza chilena ha logrado posicionarse en los principales mercados por su calidad, sí, pero también por la capacidad de su industria de actuar en conjunto.
La siguiente temporada ya se perfila. Y con ella, nuevos retos que pondrán a prueba la capacidad de reacción de toda la cadena. Es momento de capitalizar lo aprendido, reforzar las alianzas clave y preparar escenarios ante posibles contingencias. Exportar cerezas chilenas no es solo un negocio; es una operación milimétrica donde cada decisión cuenta, y donde el trabajo conjunto es lo que realmente marca la diferencia.
Porque la cereza no viaja sola. Viaja con el esfuerzo de miles de personas, con la esperanza de una industria y con la promesa de un país que apuesta por la excelencia. Y el Cherry Express seguirá siendo la mejor expresión de lo que se puede lograr cuando todos reman en la misma dirección.