El poder en la sombra
BLACKROCK

El poder en la sombra

En la economía global del siglo XXI, hay gobiernos, hay bancos centrales… y está BlackRock, un poder sin rostro que nadie eligió, pero del que nadie puede prescindir.


Por Danilo Phillipi

En la primavera de 2008, mientras el mundo financiero comenzaba a desmoronarse con el estruendo de Lehman Brothers, una llamada cruzó silenciosamente el East River. No fue entre banqueros desesperados ni corredores de bolsa histéricos, sino entre el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos y un despacho en la Séptima Avenida de Nueva York. Al otro lado de la línea estaba Larry Fink, un hombre que no vestía de héroe, pero que, en los días oscuros de la crisis, sería llamado a apagar incendios que nadie más se atrevía a enfrentar.

El gobierno estadounidense le confiaba algo sin precedentes: gestionar activos tóxicos, esos instrumentos financieros que nadie entendía del todo pero que amenazaban con hundir la economía global. No era la Reserva Federal ni JP Morgan quien recibía esta tarea. Era BlackRock, una firma que hasta entonces había operado más como un cerebro oculto que como una estrella de Wall Street. Desde ese momento, la historia cambió. Y con ella, el mundo.

ADMINISTRAR EL MUNDO, SIN QUE EL MUNDO LO NOTE

Para entender por qué el Tesoro de Estados Unidos confió en una empresa prácticamente desconocida para el gran público, hay que retroceder dos décadas. En 1988, Larry Fink, quien había sido despedido de First Boston tras perder 100 millones de dólares en operaciones con hipotecas, decidió fundar una compañía diferente. Una que mezclara gestión de inversiones con análisis riguroso del riesgo. La llamó BlackRock, una empresa que, al contrario de su nombre, apostaba por la transparencia como ventaja competitiva.

Fink, junto a otros ocho cofundadores, creyó que los errores debían ser el cimiento del nuevo modelo financiero. A diferencia de los brókers tradicionales, BlackRock se obsesionó con los datos. Fundaron la plataforma Aladdin (acrónimo de Asset, Liability, Debt and Derivative Investment Network), un sistema de análisis de riesgo tan complejo como poderoso, que en pocos años se convirtió en el cerebro artificial de los mercados.

A través de Aladdin, BlackRock podía prever tormentas financieras antes de que se asomaran al horizonte. Y en un mundo cada vez más dependiente de algoritmos y velocidad, eso equivalía a ver el futuro.

Lo que comenzó como una pequeña firma especializada en gestión de riesgos hipotecarios creció con voracidad silenciosa. A fines de los años 90, se separaron de Blackstone —la firma de capital privado que los había incubado— y tomaron vuelo propio. Para el año 2009, con la compra de Barclays Global Investors (incluyendo los populares fondos indexados iShares), BlackRock se convertía en la mayor gestora de activos del planeta.

Ese movimiento fue clave. Con los iShares, BlackRock se posicionó como el mayor proveedor mundial de ETFs (fondos cotizados), un instrumento que democratizó el acceso a la inversión y al mismo tiempo concentró el poder en pocas manos. A través de estos fondos, millones de personas invierten sin saber que lo hacen a través de BlackRock, y que su dinero está siendo canalizado hacia empresas de tecnología, energía, armamento, salud, alimentos y todo lo que da forma a la economía global.

Hoy BlackRock administra más de 12,5 billones de dólares, una cifra que desafía la imaginación. Para ponerlo en perspectiva: es más que el PIB combinado de Alemania y Japón. Si fuera un país, sería la tercera mayor economía del mundo. Y, sin embargo, la mayoría de las personas jamás ha oído hablar de ella. BlackRock tiene acciones en Apple, Microsoft, Amazon, Tesla y casi todas las grandes corporaciones del planeta. Es dueña parcial de empresas energéticas, tecnológicas, farmacéuticas y de defensa. Está presente en los fondos de pensiones de millones de personas, en ETFs, en la deuda soberana de países enteros. Es, en efecto, un accionista universal.

Hoy BlackRock administra 12,5 billones de dólares. Si fuera un país, sería la tercera mayor economía del mundo. Y, sin embargo, la mayoría de las personas jamás ha oído hablar de ella.

EL ENGRANAJE QUE TODO CONECTA

La influencia de BlackRock va más allá de los mercados. Durante la pandemia del COVID-19, la Reserva Federal volvió a llamarla para ayudar en la compra de bonos corporativos y respaldar la liquidez. En Europa, ha sido asesora de bancos centrales y gobiernos, incluyendo a Grecia en su época más turbulenta. En América Latina, mantiene inversiones diversificadas, incluyendo infraestructura, energía y deuda estatal.

Pero con la influencia viene la controversia. Organizaciones sociales y medioambientales han cuestionado sus inversiones en combustibles fósiles, a pesar de los compromisos “verdes” que Larry Fink promueve en sus cartas anuales a los CEOs. Y aunque BlackRock se define como una empresa fiduciaria —que solo actúa en nombre de sus clientes—, muchos se preguntan si es sano que una sola entidad tenga tanto acceso, tanta información y, sobre todo, tanta capacidad de presión silenciosa.

Hoy, Larry Fink ya no es el joven expulsado del paraíso financiero. Es, probablemente, el hombre más poderoso de Wall Street. Y sin embargo, su despacho sigue siendo sobrio. No hay esculturas de mármol ni relojes ostentosos. Porque BlackRock no necesita anunciarse. Su poder está en ser el engranaje que todo lo conecta, pero que nadie ve.

En tiempos donde el capital circula más rápido que las ideas, BlackRock ha logrado algo casi imposible: convertirse en el árbitro, el jugador y el comentarista del juego financiero global. Y lo ha hecho sin levantar la voz, sin aparecer en portadas, sin alardear de su peso. Como una sombra que se proyecta en cada esquina del sistema económico moderno.

Mientras las bolsas caen o suben, mientras se redefine el capitalismo, una pregunta flota en los salones del poder: ¿quién controla al que lo controla todo?

En 2008, BlackRock salvó a los que decían entender el sistema. Hoy, se dice que nadie lo entiende mejor que ella. Y mientras las bolsas caen o suben, mientras se redefine el capitalismo, una pregunta flota en los salones del poder: ¿quién controla al que lo controla todo?

Nadie ha respondido aún. Pero si hay una entidad que sabe que el riesgo nunca desaparece, solo cambia de forma, esa es BlackRock. Porque como dijo alguna vez su fundador, “los mercados pueden olvidar, pero nosotros no podemos darnos ese lujo”.

Y así, cada día, mientras el mundo gira, Aladdin sigue haciendo sus cálculos. Y la roca negra sigue allí, en silencio, invirtiendo en el futuro.

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