Una citroneta –ese icónico modelo Citroën de los años sesenta– cargada con un par de cajas de plantas de frutillas, se dirige rumbo a San Pedro de Melipilla, comuna de la zona central chilena. Vilma Villagrán, académica e investigadora de la Universidad de Chile, se dispone a visitar en terreno a algunos pequeños agricultores, para guiarlos y acompañarlos en la producción de este cultivo, compartiendo con generosidad sus conocimientos. Al llegar, es recibida con expectación por los locales, que esperan ansiosos sus indicaciones…
La escena ocurre en los albores de los setenta, y aunque la llegada de la agrónoma era esperada con ansias, a veces se encontraba con algunos huesos duros de roer, especialmente en los comienzos. “Iba donde unos viejos más difíciles, que creían que se las sabían todas. Ahora algunos de ellos se acuerdan, ‘pucha la señora Vilma nos traía las plantitas hasta acá y ahora venimos con camiones a buscarlas’. Les rayaba bien la cancha, tenían que trabajar los viejos. Ahí se ganó a todas las personas”.
Quien comparte entre risas y emoción este relato es Miguel Legarraga, su esposo durante más de 60 años, hasta que Vilma partió en octubre de 2024. Estas visitas se repitieron en incontables ocasiones, como parte del trabajo que la agrónoma realizó para el desarrollo de este cultivo y que convirtió su nombre en sinónimo de experta en frutillas. “Al inicio, en un terreno machista, tanto en productores como en colegas, era muy difícil que una mujer les dijera lo que estaban haciendo mal, pero en poco tiempo vieron los resultados y era la voz autorizada en todas partes”, precisa Michel, como es conocido Legarraga por sus raíces vasco francesas.
¿Cómo se cruzó el camino de Vilma con el de la fragaria, nombre genérico de esta arómatica fruta? La frutilla no era un cultivo nuevo, la especie crecía de manera silvestre en distintas zonas del globo, dentro de las cuales estaba Chile. “El cultivo de la frutilla existió siempre en nuestro país. En una evaluación que hizo un ingeniero agrónomo de apellido Lavín en la estación experimental de Cauquenes, recolectó cerca de 200 variedades de frutillas en Chile”, relata Emiliano Ortega, agrónomo y quien fuera ministro de Agricultura entre 1994 y 1996.
Sin embargo, la nación autral estaba lejos de ser un país frutillero. Pero una simple pregunta del entonces director del Departamento de Fruticultura de la Universidad de Chile, Antonio Lizana, cambiaría este escenario y llevaría a Vilma Villagrán a iniciar un derrotero que la haría trascender las fronteras locales. “Vilma, ¿te puedes hacer cargo de este gringo?”. Un convenio con la Universidad de California Davis trajo a Chile al Dr. Royce Bringhurst, destacado genetista estadounidense y desarrollador de las principales variedades de frutillas del país del norte, en busca de plantas de las especies silvestres que crecían en las tierras del sur. Alguien tenía que acompañarlo en el periplo, y sin ser una particular conocedora de esta especie, Vilma se embarcó en lo que sería el comienzo de esta aventura y también de una gran amistad.
El “gringo” era nada menos que un experto de renombre mundial, que vino para recoger material genético de Chile para sus posteriores cruzamientos de nuevas variedades, entre la frutilla silvestre chilena y su símil norteamericana, y que se convertiría en un segundo padre para Vilma. Juntos sentaron las bases para el futuro de este cultivo en suelo local, que es el mismo que rige con pequeñas modificaciones hasta el día de hoy, realizando un diagnóstico de la situación y sus proyecciones. Lo que existía era precario y para comenzar era necesario contar con un vivero de plantas, el que se creó junto al Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) para pequeños productores en Alhué.
Lograron así introducir una fruta que no se conocía comercialmente en el país, ya que hasta entonces solo se cultivaban las especies silvestres. El primer escenario elegido fue San Pedro de Melipilla, por su similitud con zonas californianas en las que el Dr. Bringhurst sabía bien cómo se desarrollaban las nuevas variedades que fueron creando en UC Davis, estableciendo los parámetros para dar el puntapié inicial.
PUNTO DE INFLEXIÓN
“Hasta fines de la década de los sesenta, la situación del cultivo de la frutilla en Chile era realmente mala. Los rendimientos fluctuaban entre 3 y 5 ton/há en plantaciones pequeñas, la mayoría de ellas con variedades autóctonas de buen aroma y sabor, pero blandas y de mal rendimiento. La propagación se hacía por división de corona en la mayoría de los casos y no existían viveros comerciales que acreditaran sanidad y pureza varietal. También la fertilización y el riego eran ineficientes”, explica Emiliano Ortega, en el prólogo del libro “El cultivo de la frutilla”, escrito por Vilma Villagrán.
En la zona de Melipilla se encontraron con pequeños agricultores, de muy bajos ingresos, con suelos mal explotados, de secano, dedicados principalmente a la siembra de trigo, agrega en su relato. Entonces esta locación resultaba atractiva no solo por su clima, sino también por un tema social, pensando en mejorar la calidad de vida de sus habitantes que se dedicaban al agro.
“En un terreno machista, tanto en productores como en colegas, era muy difícil que una mujer les dijera lo que estaban haciendo mal”
Fueron tiempos en que desde entidades como la CORFO se desarrollaron diversas iniciativas para impulsar el desarrollo frutícola, y como parte de éstas una comisión fue enviada a California a estudiar y abordar distintas aristas, como los puertos, los embalajes, todo lo que permitía incorporarse a los mercados externos. Entre los integrantes de la comitiva iban Vilma y Miguel Legarraga.
El año 1969 marcó un punto de inflexión en el cultivo de la frutilla, de la mano de este programa conjunto entre la Facultad de Agronomía de la U. de Chile y el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP), cuyo objetivo era introducir la especie en San Pedro de Melipilla, de la mano del Dr. Bringhurst y la señora Vilma.
Ortega destaca los aportes realizados por estos pioneros de la frutilla comercial: “Una condición esencial era encontrar aguas no contaminadas y, por otra parte, familias que, por no disponer de mano de obra, pudieran cultivar en calidad de huertos familiares. Esa fue una decisión fundamentalmente de Vilma. Por esas dos condiciones se llegó a la comuna de San Pedro. Ahí Vilma fue el alma de todo eso, verdaderamente. La dedicación, las visitas… colaboró para esto INDAP y se logró, con una cierta rapidez, interesar a todas las comunidades rurales de la zona, y después se fue extendiendo a otros espacios. Fue entonces que aparece en el mercado la frutilla que hoy conocemos, aunque han cambiado las variedades”.
Otro gran aporte fueron las variedades californianas que ingresaron con su debida cuarentena. De inmediato causaron admiración por su tamaño y color, que las diferenciaba notoriamente de las que crecían de manera silvestre y que no contaban con las condiciones para perdurar en la poscosecha, explica Michel.
Esto trajo de la mano no solo beneficios comerciales para los productores, sino que también impulsó una interesante transformación social, que permitió mejorar la condición de vida de estos agricultores campesinos. Producto de los mayores ingresos, empezaron a cambiar de estatus, y al correr de un par de años ya no llegaban en carreta o a caballo, sino que lo hacían en camionetas.
“Se creó un patrón de desarrollo para las economías campesinas, y eso es un aporte enorme de Vilma”
“¿Ahí verdaderamente qué ocurrió? Se creó un patrón de desarrollo para las economías campesinas. Y eso es un aporte enorme de Vilma”, precisa Ortega. Otra importante contribución del matrimonio Legarraga Villagrán fue la iniciación de viveros. “Eso completó el círculo. Lo que faltaba era el proceso de comercialización, pero también se fue mejorando en ese sentido y se fueron uniformando las cajas en las que se vendía. Se fue creando también un mercado, en cuanto a ir creando los precios para las frutillas, que resultaron ser muy interesantes y por eso vino la expansión posterior”, agrega el ex ministro.
En 1972 Vilma y Michel crearon Agrícola Llahúen (frutilla, en mapudungún), vivero representante de las variedades de fresa de la Universidad de California Davis en Chile, que llegaría a situarse entre los principales a nivel mundial y líder en el cono sur.
LA FRUTILLERA DE CHILE
El impacto social que implicaba el crecimiento de la industria era prioritario para Vilma, y por eso su permanente preocupación por toda la cadena productiva. La motivaba que las familias campesinas pudieran trabajar ellos mismos sus campos y mejoraran su calidad de vida. “Para que esto se sostuviera había que crear nexos entre productores y comercializadores, por eso, quienes quisieran comprar esta fruta la contactaban para saber dónde y en qué fecha podían comprar”, relata Michel.
Y estaba presente personalmente en cada paso. Ella entregaba las plantas, traspasaba generosamente sus conocimientos a los productores, sin importarle si era un pequeño agricultor o un cliente de mayor volumen, a todos los atendía con igual dedicación.
En una entrevista publicada en una revista especializada el año 2017, Vilma relata: “Aparte de hacer las plantas, yo sola tenía que venderlas y enseñar al productor. Había que entusiasmar a la gente y para eso tenía que irle bien. Andaba para todos lados con Dominique, mi hija menor, que entonces tenía 4 ó 5 años”
Hoy, Dominique dejó atrás a esa niña para convertirse en la gerente de finanzas de Agrícola Llahuén, uno de los principales viveros de frutillas a nivel mundial. Pero tiene nítidos recuerdos de esa época. “Desde muy pequeña siempre la acompañé y tengo gratos recuerdos de cómo ella compatibilizaba la vida familiar y profesional. Luego cada vez que podía íbamos juntas a San Pedro, no solo a ver los cultivos… cada vez que ella iba a visitar a alguien la invitaban a almorzar, a conversar, a mostrarle cómo estaban sus hijos, cómo mejoraban sus viviendas, y al tiempo, cómo se iban comprando sus camionetas para poder ir solos a entregar sus frutas. Se fueron viendo los cambios en la zona. Era muy entretenido acompañarla y siempre viví el lenguaje de la frutilla y su impacto, por lo mismo fue que estudié algo relacionado a la agricultura y sigo trabajando en la empresa que ella creó, dándole el sello familiar”, comparte la menor de los hermanos Legarraga Villagrán.
En cuanto a las técnicas que se fueron incorporando, podemos mencionar la aplicación de mulch, que permitió aislar la fruta de cualquier organismo o patógeno, como por ejemplo cólera. Esto hizo que aumentara el consumo interno y posibilitó la exportación de congelado, tan importante para el mercado actual de la frutilla.
Para lograr rendimientos acordes a niveles internacionales, Vilma capacitó a los productores a través de charlas que ella misma dictaba y en las que abordaba temáticas relativas a cómo plantar, nuevas técnicas de cultivo, distancias de plantación previo hechura de platabandas, todos manejos que aún se utilizan. Riego tecnificado, con agua limpia de pozo, y fechas definidas de plantación (otoño y verano) fueron otras de las prácticas que se incorporaron.
Todo este trabajo lo plasmó en publicaciones que elaboraba con un lenguaje didáctico y accesible para productores y técnicos. Para esto contó en su equipo con los mejores profesionales de la universidad, como entomólogos, patólogos, especialistas en nutrición, poscosecha y manejo general, que la ayudaron incondicionalmente desde sus respectivas áreas.
El proceso fue creciendo con cierta espontaneidad, pero con la presencia permanente de Vilma y el apoyo decidido de Michel. Unos años después de los cultivos en San Pedro, vendría un nuevo proyecto en Chanco, Región del Maule, donde contaron con el apoyo del jefe del INDAP de la zona, Roberto Moreira, y desde un comienzo partieron como en California, con el consiguiente desarrollo agrario y rural.
Emiliano Ortega ríe con ganas mientras recuerda. “En Chanco íbamos a la pensión de doña Blanca, que estaba frente a la plaza. Estábamos almorzando y algunas personas se acercaban, especialmente a Vilma, porque ya era conocida en el ambiente. La pregunta era: –Yo tengo un campito en tal lugar, ¿podría enseñarme a cultivar frutillas? –¡Pero encantada pues! Entonces inmediatamente la acompañaba en las visitas y en más de una oportunidad tuvimos la suerte de comernos una buena cazuela de ave, preparada a la usanza del lugar”.
PLANTANDO EL CONTINENTE
Pronto la expertise de Vilma traspasó las fronteras de Chile. Se convirtió en invitada a dictar seminarios del tema en otros países de la región, como Brasil, Uruguay, Ecuador y Colombia. También, plantas de su vivero dieron origen a deliciosos frutos y a relaciones comerciales que se han prolongado por décadas.
Cuando Llahuén empezó a crecer como vivero, se vieron en la necesidad de vender plantas fuera de Chile, recuerda Michel. En ese momento empezaron a conocer la realidad técnica que existía en algunos países, que tenían mucho que avanzar en términos productivos.
La primera exportación de plantas de Agrícola Llahuén tuvo como destino Uruguay. De eso, ya han pasado 40 años. Jorge Gálmez, dueño, director y asesor técnico de Granja Agrícola Los Andes, recuerda que los conoció de manera fortuita. De madre chilena, viajaba de manera constante a ver a su familia a este lado de Los Andes. Mientras realizaba un estudio de horas frío en plantas de frutillas, como tema de su tesis, una prima le comentó que cerca vivía un matrimonio de amigos que tenía un vivero precisamente de esta especie. Un par de años después de conocerlos, y ya graduado, les pidió las primeras plantas para ver cómo se daban en suelos charrúas.
“Me mandaron unas 2 mil plantitas, de dos variedades de día corto, Douglas y Pájaro. Fueron sensación acá en Uruguay, donde hasta entonces se plantaba una frutilla llamada Cambridge Favourite, una variedad inglesa muy antigua, chiquita, feíta, bastante ruinosa la pobrecita”, bromea. Al principio era poca la fruta que tenían, producto de esas plantas iniciales. “Las mandaba al mercado, pero no llevaba todos los días el vendedor, porque no había frutillas suficientes, reponíamos dos veces por semana, algo así. Entonces los compradores preguntaban a los vendedores, ¿Y no trajiste frutilla de Los Andes? Por eso a la empresa le quedó el nombre de Agrícola Los Andes”, recuerda Gálmez.
Ese primer envío de plantas, en mayo de 1985, fue monitoreado muy de cerca por Vilma, quien llamaba para asegurarse de que no habían tenido ningún problema. “Estaba tan nerviosa por sus plantitas. Había un montón de exigencias para entrar, pero cumplieron con todas. Después supe que era la primera exportación de Llahuén, de ahí la preocupación”.
Gálmez fue un testigo privilegiado del notable crecimiento que experimentó el vivero de Vilma y Michel, de cómo fueron incorporando nuevas tecnologías y aumentando su rendimiento, desde los tiempos cuando estaban en torno a los 2 millones de plantas anuales, que se producían de forma manual incluyendo el arranque, hasta llegar a 200 millones de plantas y más.
Otro país al que llegaron los conocimientos y plantas de Vilma fue Ecuador. Santiago Latorre, de Ecuagroimport, relata que a partir de la relación con doña Vilma, empezó a tomar impulso la industria local de este cultivo, hace más de 20 años.
Un caso especial fue el de Brasil, importante mercado y el principal productor de frutillas de Sudamérica. Corría fines de los años ochenta, cuando Vilma Villagrán participó en un simposio de fruticultura en Curitiba, promocionando los plantines de su vivero. “Ella fue nuestro primer contacto y nos presentó plantas/semilleros de frutilla de calidad superior a lo que teníamos en Brasil y con calidad de fruta muy superior a lo que había en el mercado en ese momento”, recuerda Key Shimizu, director comercial de Bioagro Comercial Agropecuaria Ltda.
En esa época, el cultivo de la fresa en Brasil era muy poco tecnificado, con plantación en el suelo y riego por aspersión estacional. Con Llahuén consiguieron plantas libres de las principales enfermedades de los cultivos de fresa locales, que en las plantas nacionales utilizadas era un problema fitosanitario de ocurrencia normal, con pérdidas que impedían a los productores extraer el potencial productivo de sus cultivos.
Si bien el material de Llahuén dio origen a frutos de mejor calidad, con un período de cosecha más largo y, consecuentemente, mejores rendimientos, el costo de sus plantas era mayor al de la competencia local, lo que dificultaba su venta.
“Fue entonces que la presencia de la doctora Vilma fue decisiva, aportando su base de conocimientos y promoviendo realmente una labor de extensión, enseñando a los productores y técnicos locales los principios que permitieron un gran avance técnico en este cultivo”, cuenta Shimizu.
Villagrán introdujo en Brasil muchos de sus conceptos, que mejoraron enormemente la calidad de los cultivos, su producción y la calidad del producto final. Puso en práctica la idea de cultivar durante periodos más largos, rompiendo el carácter estacional predominante en Brasil. Incorporó cultivares de día neutro, Selva y Seascape y, unos años más tarde, Aromas, que permitió cosechar fresas en regiones que tenían las condiciones ambientales adecuadas durante 12 meses al año. “En otras palabras, introdujo la posibilidad de cosechar fruta durante todo el año. Hoy esto es una realidad en las plantaciones de fresas brasileñas y en los estantes de los supermercados”, subraya.
SINÓNIMO DE FRUTILLAS
Sin una historia familiar que la ligara a la tierra o a algún cultivo en particular, Vilma se fue abriendo espacio en la industria frutícola del continente. Dueña de una personalidad que se hacía notar, responsable, perfeccionista, buena para viajar y generosa con sus conocimientos, su nombre se convirtió en sinónimo de frutilla.
“Si estamos a la par de cualquier productor americano o europeo en cuanto a calidad es gracias a su trabajo”
“Se ganó a toda la gente y se hizo tanta fama, que en seminarios, días de campos o lo que fuera relativo a las frutillas la expositora principal siempre era Vilma Villagrán. No había ninguna otra posibilidad, porque nadie más sabía”, recuerda con orgullo Michel. Y agrega: “Pasó a ser una ‘santa’ en San Pedro, doña Vilma, hasta el día de hoy. Muchos aún no saben que se ha ido… estas son las plantas de la señora Vilma, dicen allá”.
Todo anduvo muy bien hasta que llegó el Alzheimer. Pero el legado de la Pipa, como le decían sus diez nietos y cuatro bisnietos, no se queda en la introducción comercial de la frutilla, sino que también está marcado por su permanente dedicación a los productores.
El uruguayo Jorge Gálmez recuerda la característica camioneta Chevrolet Luv roja, en que la acompañó a realizar visitas cuando se encontraba en Chile. “Los aconsejaba, se daba el tiempo para cada uno, sin importar el volumen de compra. Se podía pasar una mañana entera con un cliente que le compraba una caja de 500 plantitas no más”.
Hoy, la frutilla es una fruta que se puede encontrar en la mayoría de las regiones y mercados de Brasil. “Quien inició todo este desarrollo con la divulgación de sus conocimientos y sus ideas no fue un brasileño que conociera las condiciones locales y las necesidades de nosotros los brasileños, sino una señora que vino de Chile con la intención de vender sus plantones de fresa, aunque para ello tuviera que luchar contra una cultura imperante en la época y enfrentarse a un mercado hostil. Hoy solo puedo decir que venció, y que con su legado el desarrollo del cultivo de la fresa en Brasil ha experimentado una gran evolución, una gran transformación. La persona a la que me refiero es la Dra. Vilma Villagran Díaz”, sentencia Key Shimizu.
“Vilma fue una gran maestra, fue la madre de la frutilla sudamericana, porque a todos los productores de la región nos abrió un poco la óptica. Si estamos a la par de cualquier productor americano o europeo en cuanto a calidad es gracias a su trabajo”, concluye Gálmez.