No hay duda que nuestra industria está en constante cambio. A veces, los cambios provienen desde nuestras propias operaciones, y en otros casos, desde nuestro entorno: competencia, nuevas tecnologías, nuevas variedades, cambios en clientes y mercados. Este desafiante escenario, se hace aún más complejo dada nuestra tendencia a evitar soluciones verdaderamente innovadoras. Más bien, tendemos a aferrarnos a aquello que nos ha funcionado en el pasado.
Como emprendedores que somos, me viene a la mente una historia que alguna vez leí y que ha calado hondo en nuestra organización: la enseñanza de los monjes y la cabra.
Cuenta la historia que dos monjes tibetanos, uno anciano y otro joven, iniciaron un periplo de instrucción por las altas montañas. Durante el viaje, fueron sorprendidos por una tormenta de nieve. Casi sin visibilidad, llegaron a una casa al borde de un acantilado. El dueño de la casa, que vivía en condiciones precarias con su familia, los invitó a entrar. La vivienda estaba en ruinas: paredes derruidas, un techo agujereado, y una familia visiblemente desnutrida. Su única fuente de sustento era una cabra.
Esa noche, la familia compartió con los monjes lo poco que había para comer: pequeños bocados de queso y un vaso de leche. Luego, el monje anciano les indicó que se marcharían muy temprano. A la mañana siguiente, el clima había mejorado. Al poco avanzar, el monje anciano se encontró con la cabra parada en una roca al borde del abismo. Se acercó, la acarició y luego, de repente, le dio una gran patada que la hizo caer al vacío. El joven monje, horrorizado, lo confrontó. «¿Cómo pudo hacer eso? ¡Era su única fuente de sustento! ¡La familia morirá sin la cabra!», exclamó. El anciano respondió con calma: «Ya lo entenderás». Y siguió caminando. El joven, aún furioso, no tuvo más opción que seguir a su maestro.
Un año después, al regresar de su viaje, los monjes pasaron por la misma casa. Lo que antes eran tierras yermas ahora eran fértiles cultivos. La casa estaba renovada, con un nuevo techo y un gallinero lleno de vida, además de vacas y cabras. La familia ya no parecía famélica, sino saludable y vigorosa. El dueño de casa les contó lo sucedido: «El día que ustedes partieron, nuestra cabra cayó por el barranco. Desesperados, pensamos sería nuestro fin. Pero la desesperación nos llevó a buscar otras formas de sobrevivir. Mi esposa comenzó a tejer y vender ropa, mi hijo mayor plantó semillas, y yo obtuve un trabajo en el mercado. Desde entonces, no hemos parado de prosperar». El joven comprendió entonces la enseñanza de su maestro.
En nuestra industria hablamos mucho de innovación, pero rara vez nos planteamos cómo podemos hacer un cambio radical a nuestro negocio y así salir de nuestra zona de confort. La analogía de “patear la cabra” nos enseña que, a veces, lo que parece nuestro principal activo puede ser el mayor impedimento para innovar y crecer.