Según datos oficiales de la FAO, la agricultura familiar produce más del 80% de los alimentos y ocupa entre 70% y 80% de las tierras agrícolas del planeta. Pese al sostenido interés de los grandes fondos de inversión y a que en los últimos años parte de la propiedad ha ido pasando a manos de grandes corporaciones, las empresas familiares en este sector productivo tienen dinámicas muy distintivas, como también un contexto global quizás aún más exigente que el de otros rubros.
Una de las primeras paradojas está en la tierra, la gran fortaleza del negocio agrícola. La propiedad juega un rol fundamental para la generación de una visión de largo plazo, sentido de unidad, compromiso y pertenencia entre los miembros de la familia empresaria. Pero, al mismo tiempo, la tierra representa un factor de división, debido a las incertidumbres frente a cada cosecha, su valor, definiciones sobre el uso que le dará la familia y cómo será heredada. Basta un ejemplo doméstico pero enormemente habitual: ¿en qué fechas del verano podrán usar la casa patronal los hijos del fundador y sus familias?
El manejo de la tierra está asociado a dificultades como el sobreendeudamiento, una práctica recurrente y creciente por factores climáticos. Habrá más de una temporada de pérdidas, la competencia exigirá invertir en tecnologías y escaseará la mano de obra calificada, mientras la plusvalía de esa propiedad dará la falsa sensación de robustez.
También está la facilidad con que la tierra se puede fraccionar, a diferencia de otros negocios, sin afectar la capacidad de producción y como carta bajo la manga en caso de una crisis de liquidez. No siempre las decisiones “en caliente” serán las más adecuadas para garantizar la estabilidad en el largo plazo y, por lo tanto, contar con un directorio profesional resulta clave para adoptar las mejores medidas con visiones diversas.
En una dimensión más emocional, el ímpetu del fundador por trabajar duro y poner pasión al negocio, más allá de los afanes de rentabilidad de corto plazo, tienen un arraigo más fuerte en el amor por la tierra y la historia familiar, lo que seguramente se traducirá en que el nombre propio o el apellido de la familia esté presente en la marca de la empresa y sus productos.
Por todo ello, la existencia de un directorio formal, de protocolos familiares y una guía escrita y validada que conduzca las prácticas y decisiones esenciales en la empresa, se hace más vital aún en el modelo de empresa familiar agrícola, de manera que esos factores emocionales tengan su justa dimensión en las discusiones del negocio. Solo con una estructura normada, con la presencia de directores externos con una visión más amplia y menos emocional, la empresa familiar agrícola podrá sortear las exigencias de un contexto global tremendamente adverso, incierto y desafiante. También, permitirá implementar las mejores estrategias para convencer a las nuevas generaciones sucesoras sobre liderar el futuro del negocio y el valor de seguir vinculado al campo familiar, que los más jóvenes no verán como el espacio ideal para concretar su proyecto de vida.
Hoy, las empresas familiares en la agroindustria tienen espacios de ventaja para retener a esos nuevos talentos. En un contexto mundial de crisis alimentaria y de acceso al agua, los jóvenes de las familias probablemente tendrán una mayor empatía por los estándares que exige el consumidor de estos tiempos, que tiende a desconfiar de las grandes corporaciones, preferir productos orgánicos, desechar los alimentos procesados y premiar a pequeños y medianos emprendimientos, incluso si debe pagar más por ello. Es muy probable que estos aspectos generen mayor adherencia en los sucesores: una sensibilidad especial por implementar prácticas sustentables en la producción, un más eficiente uso de los recursos hídricos, una adecuada gestión organizacional para procurarse mano de obra calificada a través de incentivos y capacitación constantes y el genuino interés por aportar positivamente al planeta, desde un sector estratégico y, a la vez, en crisis, pueden representar un incentivo para permanecer ligados a esa tierra familiar.