Caminaba siempre con su cabeza agachadita, pero observaba todo lo que pasaba a su alrededor: al que estaba sentado, al que echaba la talla, al que estaba trabajando. Y siempre premiaba al más destacado, al que veía que le ponía más esfuerzo. Era un gran patrón”. Así recuerdan sus trabajadores a Juan Tadao Sone Mizunuma, hombre sencillo, innovador, visionario, que conjugó la rigurosidad propia de su origen japonés con la fertilidad del suelo chileno para dar vida a uno de los principales viveros del continente americano.
Los Sone llegaron a Chile de la mano de Suegoro Sone Kurita, padre de Juan, que desembarcó en el sur del país, específicamente en Angol, allá por 1920. El amor por la tierra corría como un torrente por las venas de Suegoro, y fueron sus estudios de agronomía en la Universidad de Tokio la razón que lo trajo a este lejano rincón del planeta.
“Como parte de su memoria o examen de grado, a mi abuelo lo mandaron en un viaje a Sudamérica. Vino a Chile, Bolivia, Perú, recorrió y se enamoró de nuestro país, porque regresó a su tierra natal, se casó y volvió a vivir a Chile con mi abuela”, recuerda Patricia Sone, nieta de Suegoro, hija de Juan.
Suegoro Sone no solo vino acompañado de su flamante esposa. Traía con él las primeras semillas de una variedad de arroz, y empezó con su cultivo. Luego se trasladaría a la comuna de La Cruz, al interior de la Región de Valparaíso, y si bien seguiría ligado a las plantas, cambiaría este cereal tan propio de su cultura por el cultivo de flores, y daría también los primeros pasos en frutales como la frutilla. Su actividad en Chile le valió un importante reconocimiento, nada menos que del emperador Hiroito, quien en 1965 lo condecoró con la Medalla al Mérito del Gobierno de Japón, por el trabajo realizado en la selección de semillas e hibridación. La familia Sone continuaría ligada a la tierra, y a poco más de 40 años de la llegada de Suegoro, su hijo Juan comenzaría un jardín de plantas de interior en Hijuelas, localidad conocida como “la capital de las flores”.
“Era un aprendiz permanente. Lo que veía en un viaje lo replicaba en un mes”
LO QUE SE HEREDA NO SE HURTA
Juan Sone Mizunuma se dedicó primero a la producción de plantas ornamentales y flores, entre las que brillaban los crisantemos. Sin estudios formales, se forjó de manera autodidacta. La disciplina y resiliencia oriental y los “dedos verdes” que heredó de Suegoro, contribuyeron a sus buenos resultados, destacando su trabajo en la producción de semillas híbridas y la creación de un laboratorio de micropropagación. “Era un aprendiz permanente. Lo que veía en un viaje lo replicaba en un mes”, relata Patricia, actual gerente de la División Científica de Grupo Hijuelas.
Dueño de una energía que atraía a quien lo conociera, Juan disfrutaba y vivía su oficio a mil. “Amaba lo que hacía. Era su hobby, su pasión, entonces no había ninguna posibilidad de verlo agobiado. Como era el dueño y establecía su propio horario, dejaba también espacio para el disfrute. Trabajaba 24/7 y siempre estaba viendo cómo mejorar, qué cosas hacer… le gustaba que aquello que hacía estuviera bien hecho”. Quienes compartieron con él su día a día, recuerdan lo mucho que le gustaba regar su vivero. Y lo hacía descalzo. “Ponía sus chalitas arriba de una tabla y salía con la manguera a regar. Cuando terminaba, se lavaba los pies y se volvía a poner sus chalas. Un día el Chalo, uno de los maestros que trabajaba en el invernadero, vio las chalas de don Juan y las clavó a la tabla”, recuerda entre risas John García, trabajador con años en la empresa. “Sin darse cuenta de la broma, al ponerse nuevamente las chalas don Juan se fue a tierra… Pero él sabía que era una talla”.
Así también lo recuerda Juan Ignacio Goycoolea Sone, uno de sus nietos y actual CEO de Grupo Hijuelas, holding que los Goycoolea-Sone iniciaron con el cambio de milenio. “Le encantaba estar en terreno, recorriendo. Se notaba que amaba lo que hacía, le gustaba compartir y trabajar con la gente a la par. Lógicamente eran otros tiempos”.
Para don Juan, una labor bien hecha no se traducía solo en propagar una semilla, una planta, una flor. El desarrollo del grupo humano, de su equipo, también era un objetivo primordial. Con esta idea en mente, impulsó una serie de iniciativas innovadoras, cuando la responsabilidad social no era un concepto común en el lenguaje empresarial como lo es hoy día.
Un ejemplo de esto es la Villa Juan Sone. “Don Juan donó el terreno, los materiales y puso los camiones; el arquitecto de la municipalidad de Hijuelas hizo el diseño de las casas y la gente se autoconstruyó sus viviendas, con ayuda en muchos casos de sus mismos compañeros. Así nació una villa entera para los trabajadores. Hasta el día de hoy están esas casas”, comparte con orgullo Gaspar Goycoolea, yerno de Juan y presidente del holding.
Su preocupación se extendía también a los hijos de los trabajadores, ya que uno de sus principios era entregar oportunidades. Así creó una escuela de música para los niños, que recibió los instrumentos de la academia de Alberto Plaza, cuando el reconocido cantautor se radicó fuera de Chile. Su idea era, a través de la música, acercarlos a las artes y desarrollar en ellos esa inquietud por indagar más allá de lo que parecían sus límites. “De esos niños ninguno salió artista, pero sí hartos profesionales, de los que varios trabajan en la empresa y algunos incluso tienen cargos gerenciales”, comenta Gaspar.
Juan quería que los hijos de sus colaboradores ampliaran su mundo y tuvieran la posibilidad de presenciar otras realidades. Con ese fin organizó salidas a la costa, a las minas de carbón y un inolvidable viaje en avión Viña del Mar-Santiago que se concretó a comienzos de los noventa. Patricia lo recuerda con detalles: “Eso fue algo inédito, logramos comprar pasajes en un vuelo que tenía Ladeco. En esa época volar en avión era un lujo, y para un niño de una escuelita de Hijuelas era una tremenda experiencia. Fueron como 15 o 20 niños, de los que varios trabajan con nosotros hasta el día de hoy”.
“Don Juan donó el terreno, los materiales y puso los camiones, y la gente se autoconstruyó sus viviendas. Así nació la Villa Juan Sone, que existe hasta el día de hoy”
TIRAJE A LA CHIMENEA
Una frase que don Juan repetía a menudo y que sus trabajadores recuerdan con cariño, es que “hay que darle tiraje a la chimenea”. Es decir, dejar espacio para que todos puedan crecer y avanzar dentro de la empresa, asumiendo responsabilidades y desafíos.
“Si miramos hacia atrás, la época de mi papá, su entorno era gente sin estudios, que tenían 4° o 5° básico y llegaban a hacer una labor muy sencilla, como regar con una manguera. Con el paso del tiempo esa gente fue terminando sus estudios, fue tomando cargos, adquiriendo conocimiento técnico, especializándose. Y esto fue generando, a su vez, que muchos de sus hijos realizaran una carrera técnica o fueran a la universidad. Hoy en día estamos quizás con los nietos de esas personas, muchos de los cuales son profesionales”.
Ser el primer servidor y el que da el ejemplo fue otro de sus sellos, así como terminar cada proyecto o proceso importante con una celebración. Cada hito lo cerraba con un partido de fútbol o un asado, que él mismo se encargaba de preparar.
Quizás con esa misma idea de dejar espacio para crecer, fue que decidió emprender un nuevo desafío y partir rumbo a Valdivia junto a su señora, Silvia —quien a esas alturas se había mimetizado tanto con su marido que no le creían que no era japonesa— para dedicarse a la producción y exportación de bulbos de lilium. Su patrimonio comercial forjado hasta ese momento lo dividió entre sus dos hijos, Alfredo y Patricia.
Fue así como el vivero de plantas ornamentales y el laboratorio quedaron en manos de Patricia y Gaspar, quienes en 1999 comenzaron de cero su propio proyecto y una nueva era en el Valle de Ocoa, con Viveros Hijuelas S.A.
NACE UN HOLDING
Dicen que en tiempos difíciles surgen grandes ideas, una máxima que le viene como anillo al dedo al siguiente capítulo de esta historia. “De don Juan aprendimos mucho, pero debíamos partir recorriendo nuestro propio camino, desde un nuevo punto de partida”, dice Gaspar.
Vinculado a la agricultura desde los 15 años, Gaspar Goycoolea había realizado uno de sus primeros trabajos al alero de Víctor Moller, quien llegaría a convertirse en una leyenda de los berries, plantando las primeras frambuesas en la zona norte de Chile a comienzos de los años 80.
En el año 2000, empujado por un complejo contexto económico, Gaspar recordó su antigua experiencia con Moller y vio en la diversificación hacia los frutales la estabilidad que necesitaba el negocio familiar. La apuesta dio resultado. La decisión de abrir el negocio del vivero a los frutales le permitió participar del boom de los berries. “Partimos con frambuesas, moras, arándanos… y ahí se inicia un camino de gran crecimiento”, relata.
Grupo Hijuelas participó del boom incluso más allá de las fronteras, abasteciendo parte importante de las plantas de arándanos de Perú y logrando una fuerte presencia en México.
Hacia el año 2016 tomaron la decisión de dejar de ser 100% viveros y volver a plantar, fundamentalmente avellano europeo y cerezas. Ya no en Hijuelas, sino que en tierras bastante más al sur, en Osorno, donde establecieron un pujante polo de desarrollo. Hoy, la sección de frutales del holding tiene una presencia internacional consolidada, mientras que el área de plantas ornamentales se concentra fundamentalmente en el mercado nacional y servicio de breeding para empresas que requieren potenciar sus programas genéticos.
“Siempre era el primero en buscar la forma de empezar de nuevo, de volver a pararse, era de una resiliencia y fuerza enorme”
Actualmente el holding familiar está integrado por una plataforma de viveros a nivel internacional con sede en más de siete países, producciones agrícolas de vanguardia con más de mil hectáreas plantadas, destacando avellano y cerezas, un área de jardín y decoración y un departamento de laboratorio de alta tecnología.
LA INTERNACIONALIZACIÓN
Si Patricia y Gaspar incorporaron los frutales y la innovación en propagación de plantas in vitro, a la tercera generación le tocó consolidar la internacionalización. A juicio de Juan Ignacio, que creció muy cerca de sus abuelos maternos y se incorporó a la empresa el año 2013, el expandir los horizontes de la firma más allá de las fronteras del Valle de Ocoa es un logro compartido por ambas generaciones de los Goycoolea-Sone. “Se trata de una combinación entre la experiencia y el empuje de las distintas generaciones, que hoy se ha convertido en una meta. Así como entre 2010 y 2015 vino el boom de los arándanos hacia Perú y México, en el momento actual adaptarnos a los cambios nos obliga a pensar en enviar plantas no solo desde Chile, sino que a estar en distintos lugares. Porque también nuestros clientes crecieron”.
Luego de establecerse en Perú y México, la expansión hacia suelos internacionales los llevó a incursionar en Colombia y Sudáfrica. Ahora viene Marruecos, apertura que se oficializará en septiembre en Madrid, y Francia y Estados Unidos hacia fines de este año.
REGRESO A LA RAÍZ
Quienes entregan su vida al cultivo de la tierra saben lo impredecible y dura que puede ser. Terremotos que derribaron instalaciones, desbordes de ríos que arrasaron con los campos, heladas que echaron por la borda cosechas enteras, fueron solo algunas de las adversidades que, según recuerda Patricia, debió enfrentar su padre.
Don Juan lo entendía bien. En la tradición japonesa existe un concepto clave, ganbaru, que significa perseverar y dar lo mejor de uno mismo incluso en medio de las circunstancias más adversas. Era un principio que él encarnaba con naturalidad.
Su apellido también parecía llevar un mensaje. Sone remite a raíz fuerte, y por parte de su madre, Mizunuma significa fuente de agua, origen de vida. “Siempre era el primero en buscar cómo volver a empezar, en levantarse otra vez. Tenía una resiliencia y una fuerza enormes. Por eso me costó tanto aceptar que no se iba a recuperar… Se sintió mal en junio y en noviembre ya se había ido. Creo que fui la última en asumir que estaba tan enfermo y que se acercaba el final, porque siempre tenía ese ímpetu impresionante por salir adelante”, recuerda su hija.
Desde aquel 28 de noviembre de 2001, día en que Juan Sone partió, cada inauguración de un nuevo proyecto se realiza en la fecha de su aniversario. Es la manera en que la familia mantiene vivos sus valores y principios. “La energía que dejó sigue presente”, concluye Patricia.