La doble cosecha que seduce a la industria
FRUTA + ENERGÍA

La doble cosecha que seduce a la industria

La convergencia entre energía solar y agricultura promete revolucionar la producción de alimentos. Pero más allá del entusiasmo, en América Latina los proyectos agrovoltaicos enfrentan desafíos técnicos, económicos y regulatorios que aún frenan su expansión.


Por Claudia Carranza

Producir frutas y energía en el mismo suelo ya no es una utopía tecnológica. En Europa y Asia, los sistemas agrovoltaicos avanzan con fuerza como respuesta a dos urgencias globales: seguridad alimentaria y transición energética. En América Latina, en cambio, el modelo recién comienza a dar sus primeros pasos. Con el potencial de hacer más eficiente el uso de la tierra, reducir el estrés hídrico y diversificar ingresos para el agro, esta tecnología abre una nueva frontera de innovación. Sin embargo, su implementación en el contexto latinoamericano exige algo más que voluntad: requiere inversión, conocimiento especializado, cambios normativos y, sobre todo, una visión de largo plazo capaz de conectar campos de cultivo con fuentes de energía. Literalmente.

La agrofotovoltaica, conocida también como agrovoltaica (AgroPV), implica la producción simultánea de cultivos y de electricidad solar en la misma tierra, con el objetivo principal de producir alimentos. Según datos de Ember, grupo internacional de expertos en electricidad, esta tecnología puede aumentar el rendimiento de los cultivos hasta en un 16% y tiene el potencial para generar el 63% de la electricidad de un parque solar tradicional. También destaca que la eficiencia del suelo puede alcanzar el 178% en comparación con predios convencionales.

A nivel global, la AgroPV aún no es una tecnología de uso generalizado. Más bien se encuentra en una fase de transición desde proyectos de ciencia aplicada a las primeras instalaciones comerciales. En 2021 la capacidad instalada a nivel mundial era de unos 14 GWp. Entre los países líderes está China, donde hoy se cultivan bayas bajo una colosal red de paneles solares con una capacidad de 700 MWp en el borde del desierto de Gobi.

Sin embargo, el máximo referente en la materia está en Europa. “El desarrollo de sistemas agrivoltaicos orientados a la producción de fruta fresca ha tenido avances significativos en diversas regiones del mundo, siendo Alemania el país que ha liderado las iniciativas de investigación con la red de institutos Fraunhofer, incluyendo estudios aplicados en manzanos”, explica Frederik Schönberger, ingeniero investigador de Fraunhofer Chile. El experto destaca también lo realizado en Israel, país que presenta un ecosistema robusto de I+D, que ha evolucionado hacia aplicaciones comerciales con un fuerte enfoque en cultivos frutales bajo condiciones áridas y semiáridas, similares a las del norte y centro de Chile.

“En el mismo ámbito, en Países Bajos se han desarrollado proyectos orientados a berries a través de esquemas de subsidios gubernamentales. Cabe agregar, que existen varios países que cuentan con estos sistemas, como Croacia, Italia, China, Corea del Sur y Japón, que implementaron esta tecnología de forma temprana, pero con un enfoque de cultivo anual”.

En el caso de América Latina, su implementación se ubica en una etapa inicial, y se observa un escenario en el que predominan pilotos y proyectos de investigación.

El primer proyecto comercial agrovoltaico en suelo chileno es Ayla Solar. Desarrollado por OEnergy en la región de O’Higgins, integra dos hileras de cerezos entre paneles fotovoltaicos en un esquema dual. La iniciativa implicó una inversión de 12 millones de dólares y se espera que tenga una vida útil de 30 años. Cuenta con una capacidad instalada de 9 MWp y espera producir 12.000 kilos por hectárea para la campaña de exportación 2026-27.

A nivel de pilotos, Fraunhofer Chile fue pionero en 2018 implementando tres proyectos en la Región Metropolitana, en las localidades de Curacaví, El Monte y Lampa. Dentro de los resultados se observó un 187% de aumento en la eficiencia del uso del suelo, 40% de disminución de la irradiación solar, un aumento del 29% de la humedad del suelo y una reducción del 31% de la demanda de riego.

“La implementación de sistemas agrovoltaicos representa una medida innovadora y eficiente que contribuye tanto a la mitigación como a la adaptación al cambio climático” — JUAN CRESPO, ENANDES

UN DESAFÍO INELUDIBLE

¿Cómo funciona la AgroPV? Los paneles solares se disponen de forma que no compitan con los huertos o plantaciones, ya sea sobre cultivos que se benefician de la sombra, como por ejemplo las bayas, o entre cultivos para permitir el uso de maquinaria agrícola. En este último caso, cualquier reducción en el rendimiento de los cultivos se compensa con los ingresos procedentes de la venta de electricidad de origen solar.

Estamos entonces frente a una tecnología que, para muchos, podría jugar un rol estratégico en la industria frutícola. “La implementación de sistemas agrovoltaicos representa una medida innovadora y eficiente que contribuye tanto a la mitigación como a la adaptación al cambio climático”, sostiene Juan Crespo desde ENANDES, iniciativa liderada por la Organización Meteorológica Mundial para la adaptación de las comunidades andinas al cambio climático. “Por un lado, reduce las emisiones de gases de efecto invernadero mediante el uso de una fuente de energía limpia y renovable. Este enfoque tiene un impacto directo en la seguridad alimentaria, ya que permite sostener la productividad del sector frutícola, asegurando el abastecimiento de alimentos tanto para el consumo interno como para la exportación. Además, al reducir los costos energéticos, fortalece la sostenibilidad económica de los pequeños y medianos agricultores”.

En la misma línea, Jorge Retamal, doctor en ciencias agronómicas e investigador de INIA Quilamapu (Chile), plantea que la combinación de la producción de alimentos con la generación de energía solar constituye un desafío ineludible para el sector.

Retamal es parte del equipo que lidera un innovador proyecto agrovoltaico en cerezos, en la región de Ñuble, centro-sur del país. “Este piloto ha demostrado beneficios agronómicos relevantes: mayor área foliar, mejor contenido de clorofila y un aumento en la calidad de la fruta, con mejores niveles de azúcar y menor estrés hídrico. Esto no solo potencia la producción, sino que también mejora la competitividad de nuestra fruta en mercados exigentes”, subraya.

Según el investigador, las proyecciones de los sistemas agrovoltaicos para Chile y el mundo son altamente prometedoras. “Lo más interesante es que esta tecnología no compite con los cultivos, sino que los complementa. A diferencia de los paneles solares tradicionales, los AgroPV permiten el paso de luz fotosintéticamente activa y ayudan a regular el microclima del cultivo. En el caso del cerezo, incluso han reducido la evaporación del suelo en más de un 30%, lo cual es clave en zonas con escasez hídrica”.

Las bondades de la AgroPV se han extendido también a las cálidas tierras de Colombia. Natalia Páez, ingeniera agrónoma de la empresa Solenium, destaca que “el uso dual del suelo, combinando producción agrícola y generación de energía limpia, es especialmente valioso en zonas rurales con acceso limitado a tierra. También permite involucrar a comunidades locales en proyectos sostenibles que fortalecen sus ingresos y capacidades. Este modelo puede contribuir, además, a reducir el estrés hídrico y térmico en ciertos cultivos, ofrecer protección frente a fenómenos climáticos extremos y abrir nuevas oportunidades de inclusión social y productiva”.

Aunque en fases iniciales, actualmente en Colombia se desarrollan interesantes proyectos en sectores rurales de la zona caribeña. “A través de nuestras minigranjas solares estamos cediendo espacios cultivables a comunidades locales, donde se experimenta con cultivos como melón, sandía y ají dulce”.

CÓMO AVANZAR

Hasta ahora, el panorama parece alentador, ¿verdad? Sin embargo, así como es posible enumerar atractivos beneficios (ver recuadro), la expansión de los proyectos agrovoltaicos conlleva desafíos no menores. Los costos asociados a su implementación, la ausencia de un marco regulatorio y la incertidumbre, son tres factores que, según los entendidos, condicionan su masificación.

Quizás el mayor obstáculo que enfrenta la agrovoltaica en América Latina es el bajo nivel de conocimiento técnico y normativo que existe en torno a esta tecnología.

Si comparamos la inversión de un sistema AgroPV con uno fotovoltaico convencional, el primero implica un mayor costo por la adaptación a la infraestructura requerida para cada cultivo. “Factores como la altura, el tipo de estructura, la presencia de trackers y la dinámica de sombra, condicionan qué cultivos son viables”, precisa Natalia Páez.

A juicio de Marcelo Mula, director de la empresa M2G, y vicepresidente de la Asociación Uruguaya de Energías Renovables, la principal razón por la que esta tecnología no ha cobrado mayor fuerza en América Latina es efectivamente su alto costo, pero, además, “en la región existen suficientes tierras como para desarrollar ambos usos por separado”.

Uruguay cuenta con un marco regulatorio favorable para la energía fotovoltaica desde 2010 y ha logrado una matriz eléctrica 100% renovable gracias a la instalación significativa de energía eólica y solar, convirtiéndose en un referente en Latinoamérica, detalla el experto. En el agro, la energía solar se utiliza en los sistemas de riego, pero la AgroPV está aún a nivel de proyectos, como el impulsado por la Universidad Tecnológica (UTEC), que contempla la instalación de la primera planta piloto del país en Durazno.

Nicolás Hatton, gerente de marketing de Solcor, destaca que Chile cuenta con una de las radiaciones más altas del planeta, lo que convierte al país en un terreno ideal para aprovechar la energía solar en el sector agrícola. Como empresa llevan más de una década desarrollando proyectos fotovoltaicos para compañías agrícolas y frutícolas, ayudándolos a reducir costos operacionales, estabilizar el gasto energético y avanzar hacia una producción más limpia y sostenible. Pero al hablar específicamente de AgroPV, sostiene que, si bien la consideran interesante desde el punto de vista técnico, actualmente no la ven como una solución viable para el contexto chileno. “Su implementación es costosa, compleja de mantener y requiere condiciones estructurales y económicas que hoy no están presentes en la mayoría de los predios agrícolas del país. Por lo tanto, no forma parte de nuestro foco ni de nuestra oferta de soluciones fotovoltaicas”, precisa.

Otro reto es el cambio cultural, sostiene Natalia Páez. “Muchos agricultores están acostumbrados a trabajar en grandes extensiones, por lo que desarrollar producción eficiente en espacios más reducidos exige un cambio de mentalidad y acompañamiento técnico”.

En su experiencia, la ausencia de espacios académicos y técnicos, ha llevado a que gran parte del aprendizaje provenga de la praxis. “La oferta formativa es prácticamente nula: no existen cursos, diplomados o capacitaciones específicas sobre AgroPV en Colombia. Por tanto, aunque el interés está creciendo, sigue haciéndose todo a partir de iniciativas privadas y consultoría ad hoc. Aun así, representa una gran oportunidad para transformar el campo desde una visión más integrada, resiliente y sostenible”.

Y es que, más allá de su elevado costo de implementación, quizás el mayor obstáculo que enfrenta la agrovoltaica en América Latina es el bajo nivel de conocimiento técnico y normativo que existe en torno a esta tecnología. Aún se la confunde con sistemas fotovoltaicos convencionales instalados sobre suelo agrícola, lo que genera ambigüedades tanto en su evaluación como en su regulación. Esta falta de claridad tiene implicancias concretas: sin una definición legal que distinga a los proyectos AgriPV, se dificulta la planificación territorial, se compromete la protección del suelo agrícola y se desalientan inversiones que podrían impulsar el vínculo entre producción de alimentos y generación de energía.

Con miras a lograr avances concretos en la materia, Frederik Schönberger, de Fraunhofer, plantea la necesidad de trabajar en la estandarización de diseños y uso de componentes comerciales que permitan reducir costos de inversión y acelerar su adopción. Asimismo, considera clave que exista una validación del valor agregado de estos sistemas, como la eficiencia en el uso del agua mediante la reducción de la evapotranspiración, con un potencial de bajar la demanda de riego en un 30%. “Esto puede jugar un rol relevante en zonas que se enfrentan a escasez hídrica, junto con la protección climática frente a heladas, lluvias intensas o radiación excesiva y sustitución de estructuras convencionales de protección con estructuras solares”.

Sin una definición legal que distinga a los proyectos AgroPV se desalientan inversiones que podrían impulsar el vínculo entre producción de alimentos y generación de energía.

Schönberger aboga por la alineación entre mercados de exportación “donde se valoren atributos como eficiencia en el uso del suelo, reducción de huella hídrica y carbono, y trazabilidad ambiental con un desarrollo normativo que defina el uso dual del suelo, clasificación tributaria y acceso a incentivos”.

Mientras la agrovoltaica gana terreno en países como Francia, Japón y Alemania —donde políticas públicas, marcos regulatorios y capacidades técnicas han allanado el camino—, en Latinoamérica los progresos siguen siendo incipientes. La falta de claridad normativa, sumada a escasa inversión en I+D y a la ausencia de una visión estratégica integrada entre los sectores agrícola y energético, mantiene a la región en una etapa experimental.

“Chile tiene todo para convertirse en un referente mundial en esta tecnología si actuamos ahora con decisión” — JORGE RETAMAL, INIA

En Colombia el potencial es enorme, dice Natalia Páez. “Pero se requiere inversión en investigación aplicada, incentivos y adaptación tecnológica. Si se logra articular el sector agroindustrial con el energético y el científico, podríamos ver en los próximos 5-10 años una expansión real del modelo AgroPV en cultivos como papaya, maracuyá o aguacate en regiones semiáridas del país”.

La agrovoltaica no es una moda: es una transformación estructural, afirma Retamal. “Tiene el potencial de cambiar la manera en que cultivamos y energizamos nuestros campos. Chile, con su diversidad agroclimática y vocación exportadora, tiene todo para convertirse en un referente mundial en esta tecnología si actuamos ahora con decisión”. Definitivamente, la agrovoltaica no solo requiere tecnología. Exige también un cambio de paradigma. ¿Está preparada la región para construir un marco científico y regulatorio que reconozca y fomente esta dualidad productiva? El potencial existe, y alumbra sobre los campos.

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