En la fecha que escribía esta columna todavía no decantaban completamente los resultados de las cerezas chilenas en China de la última temporada, sin embargo, se podía anticipar que estos estarían muy por debajo de los de temporadas anteriores y, para algunos productores, insuficientes para llegar a sacar la nariz sobre el agua.
Si bien la cereza chilena ha ido marcando cada temporada un nuevo precedente sobre su capacidad para penetrar y entusiasmar al mercado chino con sus cualidades, ni los más optimistas podrían negar que el salto de 50% en el volumen ofertado en esta temporada era un desafío suficientemente importante como para darle algo de crédito al escepticismo.
El caso de la cereza chilena es sin duda uno que se debe señalar y enseñar dentro de los exitosos de la industria frutícola mundial, por la comunión de esfuerzos de todos los partícipes de la cadena de abastecimiento para entregar un producto altamente perecible en forma óptima a 19 mil kilómetros de distancia, y en una extensa zona de consumo dentro de China, y para generar una extraordinaria percepción de valor del producto en el consumidor final. Son muy pocos los agro-productos que logran transformarse en tendencia de consumo en mercados tan masivos como el chino. Sin embargo, no existe producto con demanda infinita ni para siempre, y en la agricultura se suele apostar en demasía contra esas reglas.
Es muy temprano para concluir si esta temporada será la de quiebre para pasar de un mercado sub a uno sobre ofertado en la cereza chilena, y tampoco es el propósito de esta columna anticiparlo, pero sí podemos reconocer que se está viviendo un escenario que era conocido por la mayoría, al igual que sus implicancias económicas, y que siempre tuvo una probabilidad mayor que cero de ocurrir. Actualmente hay cerca de 200 millones de cajas potenciales plantadas de cereza en Chile que se van a ir transformando en cosecha efectiva con el tiempo. Que la demanda no se desplace a la velocidad requerida para absorber ese volumen es un riesgo inherente al negocio actual y futuro de esta especie.
Milton Friedman popularizó en los setenta que el “almuerzo gratis” no existía, ya que siempre había un costo oculto que se estaba pagando al recibir cualquier supuesto beneficio gratuito o ganancia anormal. Probablemente lo mismo concluiría el economista si analizara la industria de la cereza chilena, de muy alta rentabilidad en el pasado y todavía una de las más atractivas en el presente, identificando el riesgo que sustenta esa rentabilidad en la alta y creciente concentración de oferta en un mono mercado, cuyas decisiones económicas están altamente influenciadas por la agenda política del gobierno local. De alguna forma los chilenos han obtenido un retorno acorde al riesgo que están expuestos, de vender un volumen prácticamente imposible de reubicar en otros mercados, en uno altamente influenciado por el Partido Comunista Chino y su agenda. No hay que olvidar que el riesgo a veces se materializa, y los escenarios negativos, por improbables que sean, no son imposibles. Más allá de la simple sobreoferta por entusiasmo, un conflicto por el acero o por la adquisición de una empresa de electricidad, pueden golpear a la cereza como rumores de cajas contaminadas con COVID, aunque esto sea mera ficción.
En muchas juntas directivas (directorios) en las que soy miembro me han preguntado qué plantar, qué especie o variedad es la que está entregando mejores rentabilidades para el agricultor, y más allá de recomendar diversificar adecuadamente, incluyendo ciertamente cerezas dentro de las especies de la cartera, e invertir en activos que respeten el apetito por riesgo de los accionistas, el consejo más honesto que doy es plantar aquello en lo que se es bueno, aquello en donde la empresa aporta o puede aportar valor por sobre el resto, ya sea por productividad, por calidad de producto, por ventana de oferta. Plantar aquello en donde puede ser percibida como positivamente diferente y por ello obtener algo mejor. No hay mejor generador de rentabilidad y mitigador de riesgos que invertir en el negocio donde se agrega más valor. Ahí está el verdadero “boom” de largo plazo.