Sobre la mesa, un libro. En su portada, el archireferenciado cuadro de Delacroix, pero quien guía al pueblo no es la Libertad sino que Milei, y más atrás, blandiendo espadas, pistolas y mosquetes, le siguen Bolsonaro, Bukele, Keiko Fujimori y el actual alcalde de Lima, Rafael López Aliaga. “Contra la amenaza fantasma” reza el título, que a algunos los llevará a Star Wars, mientras que otros, los más politizados o suspicaces, pensarán quizás en el “fantasma que recorre Europa” del Manifiesto Comunista.
Para su autor, título y portada son esencialmente un recurso provocador, el artilugio editorial para destacar en los poblados escaparates de las librerías.
Las publicaciones de Farid Kahhat, sin embargo, están lejos de la superficialidad y el marketing vacío. Con una sólida trayectoria académica y mediática, el politólogo peruano es uno de los intelectuales más influyentes de América Latina. Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Texas, ha sido miembro de la Comisión Consultiva ad hoc del Ministerio de Relaciones Exteriores sobre la delimitación marítima con Chile y actualmente es profesor de Relaciones Internacionales en la Academia Diplomática y en la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Lo que distingue a Kahhat es su capacidad para integrar la realidad local de su país con los acontecimientos y tendencias internacionales más relevantes. Su análisis crítico y perspicaz abarca una amplia gama de temas, desde la geopolítica hasta la seguridad global, pasando por la democracia y el desarrollo sostenible. A través de sus escritos, conferencias y participaciones en medios de comunicación, Farid ha sabido transmitir sus ideas de manera accesible y convincente, convirtiéndose en una referencia para entender los complejos entramados de la política mundial.
En “Contra la amenaza fantasma” (editorial Crítica, 2024), Kahhat examina a fondo a la derecha latinoamericana, diseccionando su temor atávico a los movimientos de izquierda, ese “gigantesco monstruo de mil cabezas que conspira para cubrir el mundo bajo su ominoso manto de sangre”. Según su tesis, la derecha radical ha minimizado o ignorado las diferencias entre estos grupos para construir un enemigo a la medida, al que espera derrotar en una batalla cultural de ribetes legendarios.
Más allá de la intención provocadora de la portada, ¿cuál es la tesis que hay detrás?
Cuando la editorial me propuso el título la verdad no pensé en Star Wars. Sí en el Manifiesto Comunista, donde Marx dice “un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”, y después agrega que no es un fantasma porque no exista, sino porque hasta ahora ha sido presentado por sus enemigos y ahora será presentado por sus partidarios. No soy marxista, pero el guiño me pareció interesante.
En el libro planteo que el “marxismo cultural”, que es el fundamento ideológico de ese enemigo existencial al que identifica la derecha radical, ha sido construido a la medida de sus necesidades discursivas y políticas con poco asidero en la realidad. No niego el hecho evidente de que hay una izquierda autoritaria que es una amenaza para la democracia, para los derechos humanos, para la propiedad privada, como la venezolana. Mi punto es que cuando uno lee a estos autores de derecha, incluyen dentro de los líderes autoritarios, por ejemplo, al presidente de Chile, que claro, es un hombre de izquierda, pero nadie puede negar que Boric ha sido consistente en su condena al autoritarismo en Nicaragua, en Venezuela, en Cuba, y ponerlo en una misma canasta con esta izquierda autoritaria y radical creo que es injusto.
Eso es lo que hace fantasmagórica la amenaza, su tergiversación, no su inexistencia. En esta identificación del enemigo por parte de la derecha radical hay una apelación a emociones primarias de temor.
A la izquierda también se le endosa el haber levantado la agenda LGTBI.
Bueno, la derecha radical sostiene que el “marxismo cultural” reemplazó la lucha de clases por la lucha entre grupos definidos por identidad cultural o social y que, por ende, es responsable de instalar la agenda LGTBI. El marxismo jamás estuvo detrás de la agenda LGTBI, ningún país de gobierno comunista aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo hasta que lo hizo Cuba recién en 2022. Al contrario, ese es un principio típicamente liberal, según el cual las personas deberían ser libres de firmar los contratos que consideren pertinentes y el único límite es el daño que sus decisiones pudieran causar a terceros.
“En esta identificación del enemigo por parte de la derecha radical hay una apelación a emociones primarias de temor.”
¿La derecha latinoamericana actúa de manera concertada para crear estos fantasmas?
La derecha radical sí. En esa derecha yo no incluyo, por ejemplo, a Macri, a Kuczynski ni tampoco al fallecido ex presidente Piñera. Pero hay una derecha que se coordina a través de instancias como el Foro Madrid -promovido por el partido español Voxque regularmente se pronuncia sobre la política latinoamericana y rara vez sobre la política española.
En el libro señalas que, en este contexto, es más probable que el autoritarismo venga de derechas. Sin embargo, vemos que en América Latina los regímenes autoritarios son principalmente de izquierdas: Venezuela, Cuba, Nicaragua.
Yo sostengo que hay amenazas autoritarias desde ambos lados del espectro político. La ventaja que tiene la derecha, como en el caso peruano hoy, en que intenta llevar a cabo un proyecto autoritario, es que puede aspirar en mayor proporción que la izquierda a contar con el apoyo de poderes fácticos.
En el Perú hemos tenido dos proyectos autoritarios en años recientes: el que encarnó -por lo menos en su etapa final- el gobierno de Pedro Castillo, que intentó un golpe de estado, y el que está llevándose a cabo con relativo éxito ahora bajo su ex vicepresidenta y hoy aliada de la derecha radical peruana, Dina Boluarte. Los grandes medios de comunicación apoyan a Boluarte de una manera en que jamás apoyaron a Castillo. Mientras el golpe de estado de Castillo no movilizó un solo militar en todo el territorio del Perú, las Fuerzas Armadas dispararon para defender a este gobierno contra manifestantes inermes. Los gremios empresariales eran muy críticos de Castillo, y al menos durante el primer año de Boluarte tuvieron una actitud bastante condescendiente con su gobierno. Entonces, mi punto no es que la derecha tenga más vocación autoritaria, sino que cuenta con ventajas relativas.
Pero insisto, los gobiernos autoritarios de la región son de izquierda.
Efectivamente las dictaduras que hay en la región son de izquierda, pero yo creo que son circunstancias muy peculiares. En Cuba lo que conduce a la dictadura es una guerra civil, que a su vez es una respuesta a otra dictadura. En Nicaragua también hay una guerra civil que ayuda a entender la conversión de un partido de izquierda en un partido casi hegemónico, porque no solo gana una guerra y tiene una influencia significativa sobre las fuerzas de seguridad -recordemos que el ejército se llamaba ejército sandinista- sino que además dispone de los recursos provenientes de Venezuela a través del programa Petrocaribe. Y bueno, Venezuela también es un caso muy peculiar, porque hay un intento de golpe contra el gobierno de Chávez, pero ocurre algo sumamente inusual, y es que los mandos medios prevalecen sobre el alto mando y restituyen a Chávez. Entonces, sí, hay un autoritarismo de izquierda, y a veces es exitoso en eternizarse en el poder. Solo que el autoritarismo de derecha, como dije, tiene la ventaja de contar con el apoyo de los poderes fácticos.
¿No crees que esta división binaria entre izquierda y derecha es a estas alturas una simplificación que no da cuenta de la complejidad política del siglo XXI?
Sí, en una nota al pie del libro digo que seguir hablando de izquierda y derecha -términos que vienen de la Asamblea Nacional en tiempos de la Revolución Francesa- reviste cierto grado de anacronismo. Pero también aclaro que uso el término derecha por dos razones fundamentales. Primero, porque a quienes llamo derecha radical reivindican explícitamente el término. El dirigente de Vox, Santiago Abascal, en su momento dijo que ellos son orgullosamente de derecha y fustigó al Partido Popular tratándolo de “derechista cobarde” por no atreverse a reivindicarse como tal. Entonces, por un lado, lo uso porque lo usan los protagonistas, y en segundo lugar porque lo usan la mayoría de los intelectuales y académicos que estudian el tema, a partir de la definición de Cas Mudde, “derecha populista radical”, que ha tenido un amplio apoyo en la academia y en la ciencia política.
En tiempos en que la democracia ha perdido valoración ciudadana, no pocos piensan que hay periodos de la vida política y social de un país donde un gobierno autoritario eventualmente podría ser más eficiente y traer mejores soluciones. ¿Qué piensas?
A ver, se pueden encontrar ejemplos de autoritarismos exitosos, como Singapur, pero no admito la premisa de que el autoritarismo sea necesario para alcanzar ciertos logros. Primero porque no hay evidencia de que lo que puede hacer un autoritarismo no lo puede hacer una democracia. Por ejemplo, se decía que para llevar a cabo programas de ajuste estructural que tienen un gran costo social se requiere un gobierno autoritario. Bueno, hay casos en que esos ajustes se han hecho en democracia, y hoy lo está intentando -en una versión extrema- Milei en Argentina. En otro ámbito, Ecuador está empezando a tener logros significativos en la lucha contra el crimen organizado sin violar las normas de un Estado democrático. No se requiere actuar a lo Bukele, al margen de la Constitución y las leyes.
Segunda cuestión: yo sí veo un problema ético en el autoritarismo. Nadie está a favor de la tortura en primera persona, cuando alguien apoya la tortura siempre es para aplicársela a otro, a alguien que piensa distinto, entonces, el autoritarismo -sea de derecha o de izquierda- siempre implica una doble moral: existe un sistema de reglas para los míos y uno diferente para los que discrepan, y eso me parece intrínsecamente perverso. Ahora bien, es innegable que Singapur bajo un régimen autoritario pasó de ser un país paupérrimo a ser un país rico y con relativa paz social. No me niego ante el hecho de que hay autoritarismos exitosos y democracias fracasadas.
¿China para ti es un autoritarismo exitoso?
Depende de cómo lo analicemos. En el caso de Singapur, siendo un régimen autoritario, tú puedes seguir tu vida social con relativa libertad siempre y cuando no te inmiscuyas en política. El problema con China es que por momentos se acerca lo que Hannah Arendt llamó “régimen totalitario”, que intenta controlar todos los aspectos de la vida social de sus ciudadanos, que ha creado sistemas orwellianos de control social en lugares como la provincia de mayoría musulmana de Xinjiang. Eso me parece perverso per se. Claro, alguien dirá, vean la historia de China: cuando el Estado chino ha sido débil y ha sido penetrado por intereses extranjeros el país cayó en el caos y la guerra civil. Entonces, yo entiendo de dónde viene la lógica en favor de lo que hace el gobierno chino. Sin embargo, no admito que eso sea necesario o deseable. En materia económica, China tuvo más de 30 años de avance significativo sin dejar de ser una dictadura de partido único. Los logros económicos son evidentes, pero incluso ahí ya se empiezan a notar los límites. Deng Xiaoping había creado una dirección colegiada en el gobierno. Paradójicamente, Xi Jinping volvió a convertir al régimen en un autoritarismo personalista y los problemas empiezan a manifestarse en mayor proporción que antes. Entonces, sí, China ha avanzado mucho, pero cómo evoluciona a partir de ahora es algo que está por verse, o sea, su éxito relativo podría estar llegando a su fin.
Volvamos a la región. En el último Democracy Index de The Economist, Latinoamérica no sale bien parada. ¿Compartes los resultados?
Sí, es la medición más exigente y me parece un buen punto de partida para el análisis. Y claro, hoy la mayoría de los países de la región están en la categoría de “democracias defectuosas”, y es que no basta con elecciones libres y justas, se requiere división de poderes, cosa que en el Perú ya casi no existe, y algunos autores incluso sugieren que una democracia plena requiere de ciertas condiciones sociales. Por ejemplo, el politólogo estadounidense Steven Levitsky (uno de los más influyentes del mundo) cree que uno de los problemas de la democracia en Chile es el alto grado de desigualdad. Efectivamente, Chile hizo muchas cosas bien e igual terminó con un estallido social y una crisis significativa. Entonces, es probable que la democracia no sea compatible con niveles tan altos de desigualdad social.
Pero incluso las democracias deficientes son preferibles a los autoritarismos, porque de partida tienen mecanismos de corrección internos. Si te sale un mal gobierno lo sacas en la siguiente elección. En los regímenes autoritarios uno sabe cómo llegan al gobierno, pero rara vez sabes cómo y cuándo se van a ir.
En el Democracy Index, El Salvador fue el país de América Latina que más descendió. Pero ahí está Bukele, como el presidente más popular de América Latina y quizás del mundo.
Populista, al igual que neoliberal, es una palabra que en América Latina se usa para descalificar, no para entender las cosas, y si bien, en general, yo estaría de acuerdo con quienes dicen que las soluciones populistas rara vez son las acertadas, creo que el populismo tiene que ser visto como un síntoma, no como el problema fundamental. El populismo es el síntoma de que hay un problema no resuelto, por ejemplo, en el caso de El Salvador, la violencia descontrolada del crimen organizado.
Si esos problemas no se resuelven en democracia, yo entiendo por qué la gente va a llegar a decir en un momento dado, pues prescindamos de algunos de los atributos de la democracia si eso es necesario para acabar con esta amenaza para la seguridad y el bienestar de los ciudadanos. Según Latinobarómetro, mucha gente en América Latina dice, si un autoritarismo me da servicios y seguridad yo estoy dispuesto a prescindir de las elecciones. Y esa es la prueba de que la democracia ha fracasado, o sea hay que partir de la idea de que la democracia tiene tareas pendientes y si no las cumple no puede quejarse luego de que intenten resolver el problema gobiernos como el de Bukele.
“La democracia tiene tareas pendientes y si no las cumple no puede quejarse luego de que intenten resolver el problema gobiernos como el de Bukele.”
Tú has calificado a Milei de populista, sin embargo, ganó una elección diciendo cosas tan impopulares como la venta de órganos o la posibilidad de comprar niños. Y ya en el poder, lo primero que les dijo a los argentinos es que no hay plata.
Pero nada de eso estaba en su programa de gobierno. Todo lo dijo antes de lanzar su candidatura, y una vez que lanza su candidatura todas esas ideas desaparecen: venta de órganos, derecho a consumir estupefacientes, derecho al suicidio asistido, venta de niños, en fin, nada de eso apareció en su plan de gobierno en aras de hacer una alianza con sectores conservadores. Y ahí viene el término populismo, que es del propio mentor ideológico de Milei. Recordemos que Milei a uno de sus perros lo bautiza Murray, por Murray Rothbard, y Rothbard dice explícitamente que el suyo es un programa populista de derecha y que en aras de una alianza con sectores conservadores hay que arriar algunas banderas libertarias. En el caso de Milei, las arrió todas.
¿La idea de “casta versus pueblo” es suficiente para meter a un liderazgo político en la categoría de populista?
El término “casta versus el pueblo”, en la acepción más simple de populismo, que es dividir al país en una élite política y económica que gobierna para beneficio propio en contra del pueblo como un todo indiferenciado, es el lenguaje que usa Milei, como lo usaba en su momento Pablo Iglesias (líder de Podemos, España). De hecho, Iglesias es el primero que usa el término “casta”. Esto es interesante, porque tú podrás decir que había una élite autocomplaciente que gobernaba para beneficio propio, sí, pero llegó al gobierno por votación popular. En cambio, donde se origina el concepto, que es en la India, “casta” implica que tú eres parte del grupo gobernante por herencia, que no era el caso ni de España ni de Argentina.
Volviendo al tema del “enemigo común y fantasmagórico” que ha creado esta derecha radical, ¿no crees que la izquierda radical ha hecho lo mismo?
Sí, sí. Bueno, pongo mis cartas sobre la mesa: yo tengo un pasado marxista, del que me arrepiento, pero fue una experiencia formadora. Y yo me alejo del marxismo, en parte, por la actitud autocomplaciente que tenía para explicar desastres como el cubano. O sea, esa idea de que hay que ser represivo porque el imperialismo utiliza sectores de tu sociedad en tu contra, o que la economía no va mal porque el sistema sea disfuncional, corrupto o por razones internas, sino por las sanciones y bloqueos. Hoy, cuando debato con mis buenos amigos marxistas les argumento que las sanciones no han sido relevantes. El cálculo que hace la Cepal es que las sanciones le costaron a la economía cubana el equivalente a más de un año de PIB, pero estamos hablando de un período de más de 60 años. Es decir, un año de PIB no explica el estado de postración en que se encuentra Cuba.
Pero claro, ellos siguen con esta idea de un relato épico en donde el pueblo está unido frente al imperialismo, y no ven matices, y todo el que critica, como yo ahora, es cachorro del imperio, en fin.
Sí, tienes razón, la izquierda hace exactamente lo mismo que la derecha. Mi único punto sería que, esa izquierda al menos, ya no está en auge en la región, como sí lo está la derecha radical, que como dije antes tiene la ventaja de contar con el apoyo de los poderes fácticos, que le pueden limpiar sus disparates. Si un líder de izquierda dijera que el Papa es el representante del maligno en la Tierra, que es un imbécil y promueve una ideología fascista, quedaría como mácula en su historia política de manera perdurable. Milei dijo todo eso, salvo que en lugar de fascista dijo que promovía el comunismo, y se salió con la suya, llegó a presidente de todas maneras.
“La integración no puede basarse en afinidades ideológicas, porque en democracia esas afinidades no persisten indefinidamente.”
Farid, hablemos un poco de integración latinoamericana. Te interesa el tema, me imagino.
Bastante, solo que no le veo mucho futuro.
Bueno, ahí apunta mi pregunta. ¿Por qué crees que los intentos de integración latinoamericana fracasan o no logran los resultados esperados?
Yo ahí quiero empezar haciendo un reconocimiento que los peruanos rara vez le hacemos a Chile, y en particular a Piñera. Recuerdo los debates encendidos que yo tenía con peruanos anti-chilenos en medio del proceso en La Haya por el diferendo marítimo. Yo decía, Perú va a ganar lo esencial y muy probablemente Chile acepte el resultado. Cuestionaban mucho mi optimismo, pero sobre todo la posibilidad de que Chile aceptara el fallo. Y Chile aceptó el fallo. No sabes el bien que eso le ha hecho a la relación bilateral. La respuesta de Chile fue ejemplar: primero aceptó la jurisdicción de la Corte, segundo aceptó el fallo, tercero lo implementó con celeridad. La opinión pública en el Perú tuvo un cambio significativo tras esa experiencia. Aquello fue una prueba de que sí se pueden hacer bien las cosas y dar vuelta la página de viejos rencores. Y en este caso, yo reconozco que el rencor era más de Perú hacia Chile que al revés. Esa conducta de Piñera es lo mejor que le ha pasado a la relación bilateral en décadas. Ahora bien, Piñera, sin embargo, también fue artífice de una instancia como Prosur, que resultó ser un bluff.
Y que de alguna manera fue una respuesta a Unasur en clave liberal.
Yo sí admito que la integración sudamericana liderada por la izquierda tuvo un sesgo ideológico que la hacía insostenible, porque era una integración que iba a perdurar en tanto perdurara una mayoría de gobiernos de izquierda. Sin duda Unasur es un precedente que hay que tener en cuenta. La integración no puede basarse en afinidades ideológicas, porque en democracia esas afinidades no persisten indefinidamente.
¿La Comunidad Andina es un mejor ejemplo de integración?
Es un ejemplo interesante, porque ya prescindió de la unidad de criterio ideológico entre los países miembros. El proceso de integración ha seguido adelante, pese a que en Perú tienes un gobierno de derecha, en Ecuador uno de centroderecha, en Bolivia uno de izquierda radical y en Colombia uno de izquierda cada vez más radical. Con sus limitaciones, ha funcionado bien en aspectos como integración comercial y libre tránsito. Además, se acaba de suscribir un acuerdo de cooperación en materia policial y de inteligencia para lidiar con el crimen organizado transnacional. Está por verse cómo funciona eso.