Marzo de 1975, Santiago de Chile. En el imponente edificio Diego Portales, que a la espera de la reconstrucción de La Moneda funciona como improvisada sede de gobierno, un reticente general Pinochet recibe en su despacho al economista estadounidense Milton Friedman. Frente a una inflación pegada en 400%, el profesor de la Universidad de Chicago dice tener la solución, que expone pacientemente ante la desconfiada mirada del gobernante de facto.
Un mes exacto después de la reunión, la revolución neoliberal cambiaría para siempre la vida de los chilenos. Antes que la Inglaterra de Thatcher, antes que el Estados Unidos de Reagan, el Chile dictatorial fue el escenario de una de las decisiones políticas más temerarias y exitosas que conozca la humanidad.
Cuarenta y cuatro años más tarde, en una jornada de octubre que pasaría a la historia, millones gritaron en las calles que no eran felices en el país más desarrollado de América Latina. Es la paradoja que el economista y escritor chileno Sebastián Edwards, intenta explicar en “The Chile Project: The story of the Chicago Boys and the downfall of Neoliberalism”, su más reciente publicación (elegido “Libro del Año” en 2023 por Financial Times, el periódico financiero más influyente del mundo), donde revisa sin concesiones cada uno de los hitos que convirtieron al país austral en un ejemplo para el continente, y cómo un proyecto económico que sacó a millones de la pobreza terminó gatillando un estallido social sin precedentes.
El académico de la Universidad de California de paradojas sabe bastante. Nacido en el seno de una de las familias más influyentes de la oligarquía santiaguina, Sebastián Edwards Figueroa (70) en su juventud fue un entusiasta partidario de las ideas socialistas. Con solo 19 años y siendo estudiante de la Universidad de Chile, fue convocado por el gobierno de Salvador Allende para apoyar el trabajo de la Dirección de Industria y Comercio (Dirinco), donde tenía la misión nada menos que de fijar los precios de los alimentos.
Tras el golpe, fue expulsado de la facultad y se vio forzado a migrar a la conservadora Universidad Católica, donde además de iniciar su transición política conoció a quien se convertiría en su esposa hasta el día hoy, la también economista Alejandra Cox, ex presidenta de la Asociación de AFP.
Trabajando en el Grupo BHC, y aún con una mirada crítica de las políticas neoliberales que estaba implementando el gobierno, en 1976 se enfrascó en una mediática disputa con el entonces ministro del Trabajo y Previsión Social, José Piñera Echenique (futuro “padre” del sistema privado de pensiones), osadía que le significó entrar en la lista de la Dina, la temida policía política del régimen. Dejar el país se volvió inevitable y la opción más plausible fue la Universidad de Chicago, cuna de una de las corrientes más radicales del pensamiento liberal. La idea de Edwards era estar un año en Chicago y emigrar a Europa para continuar sus estudios en la progresista Universidad de Cambridge. Sin embargo, pronto se vio seducido por el compromiso científico que la escuela liderada por Friedman tenía con la teoría económica y su aplicación empírica. De todos modos, Sebastián Edwards se apura en aclarar que es “un graduado de Chicago, muy orgulloso, pero no un Chicago Boy”, marcando cierta distancia con el famoso grupo de economistas que a partir de 1975 lideró el llamado “milagro chileno”. Los admira, sí, pero también manifiesta diferencias insalvables, que en “The Chile Project…” disecciona con su conocida agudeza intelectual.
Para Edwards, neoliberalismo es una palabra compleja y excesivamente cargada de ideología. “A estas alturas del partido, ¿qué es ser neoliberal?”, se pregunta, aludiendo a la satanización que ha experimentado esta teoría que reduce al mínimo la intervención del Estado. Para terminar con la inflación y enrielar la economía, la receta de Friedman y sus Chicago Boys fue la cuestionada “terapia de shock”, que entre otras medidas incluyó liberalización de los mercados, globalización, privatizaciones masivas, desregulación y la eliminación de cualquier tipo de proteccionismo para la industria local, políticas que con el triunfo de Javier Milei han vuelto a estar en la palestra en toda América Latina, y que en el caso chileno -sostiene Edwards- son irrefutables a la luz de los resultados.
Se han realizado diversos reportajes sobre el tema, se han escrito libros, se han hecho documentales… ¿cuál fue tu motivación para contar tu propia historia de los Chicago Boys?
Explicar la paradoja que significó el estallido social chileno. Yo no estaba acá el 18 de octubre, pero llegué dos semanas después, y de vuelta en Estados Unidos escribí dos o tres artículos que salieron en revistas económicas y que tuvieron mucho éxito. Pero en 2.500 palabras no alcanzas a contar toda la historia, entonces dije, bueno, esta historia vale la pena contarla, porque efectivamente es una paradoja que el país por lejos más exitoso de América Latina haya vivido un estallido de esta naturaleza. Y cuando decides contar esta historia la pregunta es dónde la empiezas, y puedes empezarla en 1810 o con la llegada de Diego de Almagro o con la Constitución del 25, en fin. Sin embargo, como economista -y dado que el clamor del estallido era terminar con el neoliberalismo- me pareció bien empezar con el lanzamiento del “Proyecto Chile” del Departamento de Estado norteamericano (Misión Klein-Saks). En consecuencia, el libro es una historia económica de Chile -obviamente con todos sus ribetes políticos- desde 1955 hasta 2022.
“Es una paradoja que el país por lejos más exitoso de América Latina haya vivido un estallido de esta naturaleza”
Llama la atención lo categórico del título. ¿Cayó realmente el neoliberalismo?
Bueno, para poder afirmar eso primero había que definir qué es neoliberalismo. El problema con el término neoliberalismo es que dejó de ser útil desde un punto de vista analítico-conceptual, porque se transformó primero en un insulto y segundo en un concepto tan amplio que no sirve para nada. Una de las cosas que me enseñó Pepe Donoso (José, novelista chileno) en clases de taller literario es que un personaje no se arrima a un árbol, sino que se arrima a un pino o a un sauce o a un roble… hay millones de especies de árboles, por lo tanto, que un personaje se arrime a un árbol genérico no reviste interés narrativo. Lo mismo sucede con el neoliberalismo, es un concepto demasiado amplio y en consecuencia analíticamente inútil. Por lo tanto, como escritor tenía tres posibilidades para abordarlo: una era usarlo como se usa en forma popular, es decir como un insulto, lo cual no es muy útil para escribir un libro académico; otra era ignorarlo y no hablar de neoliberalismo, que es lo mismo que ignorar la realidad, porque la palabra está en los diarios todos los días, sobre todo en los diarios progresistas. Entonces, yo opté por dar mi propia definición, que no es tan propia tampoco, porque está amarrada con el desarrollo histórico del término, el cual se acuña -en la manera como lo conocemos hoy- en el año 38.
¿Qué es entonces neoliberalismo?
Yo digo que el neoliberalismo es un sistema económico capitalista donde el mercado se utiliza al máximo posible para resolver casi todos los problemas de la sociedad, y ahí el “casi” es muy importante, porque tampoco se puede caer en la caricatura de que es un sistema donde si tú no tienes hijos puedes comprarlos, o que puedes vender un riñón. De hecho, en el libro tengo un párrafo bastante largo en que contrasto mi definición con la de Michael Sandel, el filósofo americano, que en uno de sus libros dice que el neoliberalismo es la marquetización de todo, y yo digo, no pues, la marquetización de casi todo, y en Chile a partir del año 79, cuando Pinochet da el discurso anunciando las siete modernizaciones, lo que se pretende es que el mercado esté, por lo menos, en las pensiones, en la educación, en el agua, en la salud, en la cultura… Piensa tú que Chile hasta hace cinco años atrás era el único país del mundo -de los que uno conoce o más o menos considera- que no tenía televisión pública, Televisión Nacional era nominalmente pública, pero tenía que rascarse con sus propias uñas, no tenía financiamiento del Estado, y eso cambió. Hasta hace unos siete años Chile era el único país del mundo que no tenía universidades públicas. El arancel para estudiar medicina en la Universidad de Chile era idéntico al de la Universidad del Opus Dei, ¡idéntico hasta el último centavo! Eso no sucede ni siquiera en Estados Unidos. Yo hace 40 años enseño en la universidad pública rankeada número uno (UCLA) y cobramos un quinto de lo que cobran las universidades privadas. Y es igual en Berkeley o en cualquier otra universidad pública.
Y ese modelo es el que, a tu juicio cayó… o está cayendo.
Todo ese entramado neoliberal, ese capitalismo puro comenzó su ocaso hace mucho rato. En Chile empieza a caer con la PGU (Pensión Garantizada Universal) durante el segundo gobierno de Sebastián Piñera. Es clarísimo, la PGU es la antítesis del neoliberalismo como yo lo defino, porque es garantizada y es universal. Lo mismo los avances en gratuidad universitaria. Si bien el neoliberalismo original tiene una dimensión de política social muy profunda, siempre es política social focalizada. Y, ojo, estos cambios a la esencia del modelo se produjeron antes del estallido.
¿Cómo se ha tomado la clase política chilena tu tesis del ocaso?
A la derecha y a los sectores pro mercado les parece cuestionable. Y la izquierda me critica que sostenga que los gobiernos de la Concertación fueron neoliberales, distintos al neoliberalismo de Pinochet, pero neoliberales a final de cuentas.
Entonces, al igual que el personaje de toda buena novela, que va evolucionando a medida que la historia se va desarrollando, el neoliberalismo en Chile fue cambiando. Al neoliberalismo más bien tímido del comienzo, le siguen las siete modernizaciones, cuando Pinochet (diez años antes que el “Consenso de Washington”) anuncia que el modelo se va a expandir a prácticamente todas las áreas de la sociedad, lo que ya configura un neoliberalismo puro y duro. Más tarde, en 1985, viene Büchi (Hernán, ministro de Hacienda del régimen) con lo que yo llamo “neoliberalismo pragmático”, en que no importa que la inflación sea alta, de hecho, la dictadura termina con una inflación del orden del 25%. Después le sigue el “neoliberalismo inclusivo” de la Concertación y, finalmente, el ocaso, que empieza a producirse al final del primer gobierno de Bachelet. Esa es la historia de Chile.
En tus palabras se advierte una mirada crítica del modelo, sin embargo, en el libro haces una defensa férrea de lo que han significado las políticas neoliberales.
No es una defensa ideológica, es una constatación de los números. Mi libro tiene dos gráficos principales. El primero muestra que Chile en el año 89 tenía un ingreso per cápita idéntico al de Costa Rica y al de Ecuador, y hoy día tiene más del doble que Ecuador y más del 50 por ciento que Costa Rica. Chile era el país número nueve de América Latina y en el año 2019 era el número uno por un amplio margen. El segundo gráfico muestra que la pobreza bajó del 50% al 8%. Entonces, sin duda podemos hablar de un “milagro chileno”, eso ocurrió, no hay vuelta que darle, los números están ahí. Tú puedes decir, bueno, fue gracias a los Chicago Boys, o fue a pesar de los Chicago Boys… lo cierto es que dos países comparables como lo son Chile y Perú, sometidos a variables internacionales idénticas obtuvieron resultados muy diferentes en el mismo periodo. Ambos son grandes productores de cobre (1º y 2º a nivel mundial), pero Perú además tiene gas y petróleo. Sin embargo, Chile, que a fines de los 80 tenía un ingreso similar al de Perú hoy día tiene casi el doble. Como ves, no es una defensa, es poner los hechos y las cifras sobre la mesa, nada más.
De acuerdo a estos números, los años de gloria del modelo fueron con la Concertación.
Absolutamente, es lo que yo -entre comillas- descubrí y que también ha sido controversial. El despegue de Chile sucede durante la Concertación. Si uno mira los datos duros de la dictadura, en términos de ingreso promedio termina no igual, pero con muy poco progreso respecto de como empieza. La década del crecimiento del 7% empieza el 90 y termina el 2000.
¿Cuál es el mérito de los Chicago Boys en todo esto?
Reemplazar un estado muy grande e ineficiente por competencia, lo que permitió, entre otras cosas, un boom de las exportaciones.
En tu libro señalas dos razones que explicarían la caída del neoliberalismo. Por una parte, mencionas que se desdeñó la distribución y, en segundo lugar, que se abandonó la batalla por las ideas. Sobre este último punto, ¿no crees que eso ha cambiado y que hoy sí se está defendiendo el modelo, y de forma muy efectiva?
Sí, eso es verdad. La profundidad del estallido y la manera desafiante que adoptó la primera Convención Constitucional, yo creo que tuvo mucho que ver con que la derecha o los grupos pro-mercado habían abandonado la guerra de las ideas, pero la han retomado de forma, como dices tú, muy efectiva. Contribuyeron obviamente los “plurinacionales” que propusieron una Constitución que era muy poco masticable y tragable por los chilenos. Pero sí, los defensores del modelo se pusieron las pilas.
¿La batalla de las ideas -o batalla cultural- hoy es más intensa que nunca?
La batalla de las ideas ha existido toda la vida. En Chile, durante la dictadura era la batalla de las ideas económicas, porque las ideas políticas estaban prohibidas, si tú hablabas de política te metían preso y te expulsaban del país. Bueno, en aquellos años la batalla de las ideas económicas era muy fuerte, porque por un lado estaban los Chicago Boys, que tenían mucho poder, pero también estaba CIEPLAN (Corporación de Estudios para Latinoamérica, think tank de centroizquierda). Y cuando los CIEPLAN llegan al gobierno de la mano de Aylwin y Frei Ruiz-Tagle, lo que hacen es adoptar las políticas de los Chicago Boys, e incluso las profundizan. Y no hay mejor signo de que ganaste la batalla de las ideas que cuando tu adversario adopta tus ideas. Entonces la derecha dijo, bueno, ganamos la guerra, nos retiramos del campo de batalla y ahora nos dedicamos a ganar plata. Y los que perdieron la guerra se pusieron a estudiar, leyeron mucho, a Laclau, a la Chantal Mouffe, a la Judith Butler, a los autores de la Escuela de Frankfurt, pero especialmente a Gramsci, y entendieron que el que controla la narrativa se acerca a controlar el poder. Y entonces arman la narrativa de que Lagos es un traidor, que la transición fue una componenda, que era fácil enfrentar a Pinochet, en fin… Al parecer nadie les dijo que a la gente la mataban en las calles. A mí me mataron compañeros de universidad, la cosa no era un juego. Bueno, la cosa es que esa narrativa anti-modelo que se fue instalando surge de que unos leyeron a Gramsci mientras que los otros, los pro-mercado, no leyeron a nadie.
“Sin duda podemos hablar de un ‘milagro chileno’, eso ocurrió, no hay vuelta que darle, los números están ahí”
¿Te sientes partícipe de la batalla de la ideas?
No, en absoluto, yo vivo fuera de Chile hace casi 50 años…
Pero vienes a Chile, das entrevistas, promueves tus libros… eres un economista influyente.
Yo escribí un libro sobre Chile, sí, pero lo escribí en inglés, y la verdad para mí no es una obsesión que se publique en español… No, no estoy interesado en entrar en la batalla de las ideas, por lo menos no en Chile.
EN EL BERENJENAL
—Vengo a Chile muy poco, como entre dos a tres veces por año…
—¿Y con qué sensación te quedas cada vez que vienes?
—Bueno, es el país donde yo nací y crecí hasta los 23 años, con el cual, a pesar de que no vivo acá hace casi medio siglo, he mantenido una relación constante y estable, así que mira, la verdad cuando yo llego me demoro 10 minutos para sentir que nunca me he ido.
—¿Cómo ves al país, Sebastián… a su gente?
—Hoy Chile es un país donde hay mucha violencia verbal, muy agresivo, a lo mejor siempre fue así. No estoy seguro de las razones, quizás las redes sociales han mostrado el Chile de verdad que estaba escondido. Tampoco sé si es más violento que otros países. Pero esto es la expresión de algo mucho mayor, creo yo. Para mí es impensable que después de dos convenciones Chile no haya sido capaz de generar una propuesta constitucional que concitara un apoyo mayoritario. Resulta increíble que un país deliberadamente se suicide. Yo dije en su minuto que era mejor que ganara el “a favor”, porque al menos se terminaba este carrusel en el que nos metimos, que es un berenjenal. Hay un dicho campesino que dice “los piojos se matan de a uno”, y así debió avanzar Chile, una cosa a la vez. Una Constitución es un paquete demasiado grande como para lograr ponernos de acuerdo. Lo cual no significa que se termine la discusión como quiere la derecha. El tema constitucional, como en todos los países del mundo y como en todas las épocas, va a seguir flotando en el aire. Claudicar en este tema es claudicar respecto de la democracia, y eso no va a pasar, ni debiera pasar.
EL PERSONAJE
Sebastián Edwards es economista de la Universidad Católica, máster y doctor de la Universidad de Chicago. Desde 1990 imparte la cátedra Henry Ford II en la Anderson Graduate School of Management en UCLA. Fue economista jefe para América Latina y el Caribe del Banco Mundial (1993-1996) y desde 1981 es investigador asociado del National Bureau of Economic Research (NBER). Además de artículos y textos de economía, ha escrito dos novelas y un libro de memorias titulado “Conversación Interrumpida”.