El Niño Oscilación del Sur (ENOS) es un patrón de variabilidad climática. Los eventos El Niño se caracterizan por temperaturas de la superficie del mar en el océano Pacífico más cálidas que el promedio; en contraparte, La Niña presenta condiciones más frías que el promedio. Ambos procesos generalmente se desarrollan entre abril y junio y lo usual es que alcancen su punto máximo de octubre a febrero, con una duración de entre nueve y doce meses y tienden a recurrir cada dos a siete años.
Sin embargo, no todos los eventos El Niño provocan condiciones húmedas. Además, no hay dos episodios de El Niño o La Niña iguales, dadas las interacciones con otros elementos climáticos regionales que pueden ser bastante complejos, en gran parte debido a la incerteza entre los procesos oceánicos y atmosféricos. Un evento intenso de El Niño no equivale directamente a repercusiones locales significativas. Por ejemplo, los episodios de El Niño de 1997 y 2015 -denominados “El Niño Godzilla”- fueron particularmente intensos, pero la precipitación anual de Chile en 2015 estuvo en el promedio climatológico.
Las ramificaciones de El Niño en la agricultura de Chile y Perú son multifacéticas y variadas. La incerteza en las condiciones futuras aumenta los riesgos para la agricultura y afecta a los cultivos de manera diferente según sus respectivas etapas de crecimiento. Hay ventajas, como la perspectiva de más precipitaciones, adecuadas para el almacenamiento a largo plazo y un aumento en la recarga de las aguas subterráneas. Sin embargo, también existen desventajas como el riesgo de inundaciones, deslizamientos de tierra, daños generalizados a los cultivos y un aumento de las enfermedades y plagas. La intensidad y el alcance de estos impactos están influenciados predominantemente por la ubicación geográfica. Por ejemplo, durante los episodios de El Niño, tanto Chile como el norte de Perú generalmente experimentan un aumento en los niveles de precipitación, lo que lleva a un incremento de la escorrentía, junto con temperaturas más cálidas en primavera y verano.
Ante la amenaza de patrones climáticos de compleja predictibilidad, la planificación agrícola se convierte en una tarea central para los agricultores de estas regiones, independientemente de si prevén condiciones más secas o húmedas. Más allá de las tareas agrícolas rutinarias como plantar, regar, cosechar y procesar, los administradores, jefes de huerto y encargados de planificación ahora enfrentan un desafío formidable: la gestión de riesgos.
El riesgo es la combinación de peligros (como variaciones en las precipitaciones, heladas inesperadas y olas de calor intensas), vulnerabilidad (que mide qué tan bien el sistema puede resistir estos peligros) y exposición (que indica hasta qué punto el sistema permanece abierto a estas amenazas). Por ejemplo, la reubicación de cultivos en zonas más propensas a las heladas aumenta la exposición, mientras que las lluvias primaverales amplificadas intensifican el peligro. Por lo tanto, es recomendable que se adapten y afinen las estrategias para reducir las vulnerabilidades (por ejemplo, cambio de fechas de siembra), especialmente cuando ajustar la exposición no es una opción práctica.
Las recientes lluvias en Chile impactaron componentes esenciales de los sistemas de riego como canales, bocatomas, tuberías y, además, la infraestructura de transporte como carreteras y puentes. En consecuencia, el sector agrícola trabaja diligentemente para rehabilitar estos sistemas, con el objetivo de que estén en pleno funcionamiento antes de que llegue la temporada de riego y mantener los niveles de producción y las fechas de entrega, pues podrían producirse cambios observables en la dinámica de la cadena de suministro y en los calendarios de entrega.
Las últimas predicciones de la Universidad de Columbia, EE.UU, postulan que los meses siguientes podrían provocar precipitaciones superiores a la media, complementadas con un aumento de las temperaturas. Un aumento de las lluvias primaverales aumenta el peligro en los huertos, especialmente si coincide con etapas críticas de floración. Además, una primavera más cálida y húmeda amplifica la probabilidad de brotes de hongos e infestaciones de plagas.
Por lo tanto, es un momento apropiado para que reflexionemos sobre nuestras respuestas durante patrones climáticos similares en el pasado, evaluemos su eficacia y comencemos a implementar medidas resilientes e infraestructura sólida. Quizás no ocurran resultados graves o bien, las medidas preventivas contrarrestarán los daños potenciales, pero la inacción es ciertamente arriesgada.