La primera cita para la video entrevista de Visión Frutícola con el presidente de la Asociación de Horticultores de Ucrania, fue en septiembre de 2022 y debió suspenderse a pocos minutos de comenzar. “Tenemos alarma antiaérea en Kiev; se esperan seis misiles esta mañana”, escribió Taras Bashtannyk por mensaje de texto.
Así se vive desde el 24 de febrero de 2022 en muchas ciudades de Ucrania. La invasión rusa mantiene alteradas las vidas de más de 43 millones de ucranianos, y al mundo entero en una profunda crisis económica, energética y alimentaria.
Ucrania es conocida como “el país más fértil del mundo”, pues en su superficie se concentra más del 30% de los suelos Chernozem del planeta, riquísimos en humus, minerales y microelementos. Por lo mismo, el mundo agrícola ha resentido profundamente el conflicto. Un estudio dado a conocer a comienzos de noviembre por el Center for Food and Land Use Research, de la Kyiv School of Economics, valoró en US$ 6,6 billones las pérdidas del agro en ocho meses de guerra: US$ 2,9 billones en maquinarias destruidas o robadas; US$ 1 billón en instalaciones de almacenamiento dañadas y casi US$ 1,9 billones en productos almacenados destruidos o robados, además de daños en los cultivos y mermas en fertilizantes y materiales. Las mayores pérdidas se las lleva ciertamente el commodity estrella del país: el trigo.
En la horticultura, las consecuencias han sido a menor escala. Según detalla el investigador Roman Neyter, uno de los autores del estudio, la guerra ha dañado 14.340 hectáreas de cultivos perennes: 1.950 de berries, 6.360 de carozos y 6.030 de pomáceas. El costo de reemplazo estimado es de US$ 348,7 millones, mientras las pérdidas debido a la menor producción de estos cultivos se estiman en US$ 322 millones.
Los sectores más golpeados son aquellos que producían en territorios que fueron ocupados por las tropas rusas, básicamente en el sur y el este del país. “Algunas granjas están completamente destruidas; otras fueron tomadas y continuaron produciendo muy poco. Pero en general, en las zonas donde hay actividad militar está todo detenido, hay campos destruidos por los tanques o las bombas, o minados”, explica Irina Kuthkina, presidenta de la Asociación Ucraniana de Berries.
LAS CARAS DE LA GUERRA
Fedor Rybalko lleva 20 años en el negocio de las papas, las hortalizas de campo abierto y las manzanas. Trabajaba su campo de 50 hectáreas en la provincia de Jersón, en el sur de Ucrania y también compraba a 100 pequeños productores de un total de 500 hectáreas, con lo que lograba volúmenes para proveer al retail y exportar. Eso hasta el 24 de febrero. “Ese día despertamos a las 6:00 de la mañana con las noticias de la invasión. A las 11:00 el puente que nos separa de Jersón estaba ocupado y, a las pocas horas, un primo mío que es soldado y estaba entre Jersón y Crimea, recibió fuego de artillería y fue trasladado al hospital”, cuenta. “Alrededor de nuestro pueblo había soldados; así es que compramos comida y nos quedamos en la casa, viendo Internet y enviando mensajes”, agrega.
Desde entonces, las actividades en su campo se detuvieron por completo. De sus trabajadores -entre 20 y 50 según la temporada- algunos se quedaron en el pueblo, otros se unieron al ejército. Otros partieron a territorios no ocupados o a Polonia y algunos también a Crimea y a Rusia. “Y algunos empezaron a trabajar con los rusos… La guerra te muestra el verdadero rostro de las personas”, comenta con desazón.
La guerra ha dañado 14.340 hectáreas de cultivos perennes: 1.950 de berries, 6.360 de carozos y 6.030 de pomáceas. El costo de reemplazo estimado es de US$ 348,7 millones, mientras las pérdidas debido a la menor producción de estos cultivos se estiman en US$ 322 millones.
En marzo, los soldados comenzaron a llevarse vehículos y equipos para la cosecha. A fines de abril, ante la creciente incertidumbre, Rybalko decidió junto a su familia tomar el riesgo de partir a Georgia y dejar el campo atrás. En la que era su casa, hace pocas semanas entraron soldados que rompieron puertas y ventanas, y se llevaron lo que pudieron.
“Teníamos US$ 2 millones en activos -la propiedad, maquinarias, camiones- y perdimos todo; un primo tenía 4.000 hectáreas, con instalaciones para almacenamiento y las perdió; y mi hermano 2.000 hectáreas de cosechas”, cuenta.
Antes de la guerra, Jersón -con su gran cantidad de huertos e invernaderos- era conocida como “la capital de las frutas y hortalizas”, y se la comparaba con Antalya, en Turquía, o Almería, en España. “En esta región se cultivaba más de medio millón de toneladas de cebollas. Eso se perdió y hoy tenemos que importar cebollas de Polonia, Holanda y Turquía, y el incremento de los precios en Ucrania es de hasta cinco veces, porque es muy caro importar», reclama Rybalko.
Cerca de la central nuclear de Zaporiyia, unas 6.000 hectáreas de invernaderos fueron abandonadas por los productores en el intento por huir de un posible desastre. Y así, suma y sigue.
Taras Bashtannyk, presidente de la Asociación de Horticultores de Ucrania, detalla que ciertos cultivos se perdieron prácticamente por completo, como, por ejemplo, las cerezas dulces, provenientes en un 90% del sur. “Algunos productores pequeños pudieron vender sus cerezas a Crimea a un precio ínfimo y a cambio de divisa rusa… y después, esos mismos compradores las revendieron a Moscú”, relata.
Parte de la producción fue robada por los soldados, según denunció en mayo pasado el alcalde de la ciudad de Melitopol, en la ocupada región de Zaporiyia. Según informes de prensa, algunos granjeros, indignados con los constantes robos, habrían puesto químicos en las cerezas, enfermando a los soldados, en una suerte de resistencia partisana.
“Los rusos son muy devastadores”, relata Irina Kukthina. “Se llevan todo lo que ven: las cañerías, las llaves, las tazas de los baños, hasta las casas de los perros… Y en las empresas han destruido o robado equipamiento técnico, tractores, herramientas, equipos de frío, aunque no sepan cómo usarlos”, agrega.
En la misma Melitopol, soldados rusos saquearon una filial de la empresa de maquinaria para el agro John Deere, llevándose tractores, cosechadoras y otros equipos pesados por un valor de US$ 5 millones. Nuevamente, los saqueadores se llevaron una ingrata sorpresa: la compañía ubicó las máquinas gracias a los GPS y desactivó sus funciones por control remoto cuando iban camino a la reventa en Chechenia.
La logística se ha encarecido entre un 200% y un 300%, presionando al alza los precios de los fertilizantes, los materiales de embalaje y en general todos los costos.
TRABAJAR BAJO MISILES
En los territorios no ocupados, la situación de los agricultores es manejable. En las afueras de la ciudad de Dnipro, en el centro de Ucrania, Oleksandr Pakhno, gerente general de la empresa Sady Dnipra, muestra a sus espaldas el ajetreo de camiones cargados con las manzanas que produce y exporta bajo la marca UApple. “Seguimos trabajando y exportando, aunque no tan activamente como el año pasado, porque todos los competidores están teniendo costos muy altos de almacenamiento, y para evitarlos están tratando de vender rápido, a un precio bastante bajo”.
La compañía cuenta con 150 hectáreas de manzanos y hace dos años plantó 35 hectáreas de peras, que se iban a extender a otras 40, hasta que los bombardeos hicieron pisar el freno. “Continuaremos después de la guerra”, dice Pakhno.
Cuando estalló el conflicto, a fines de febrero, la empresa tenía aún muchos volúmenes de manzanas que clasificar y vender, y comenzaba además el periodo de poda. “La gente se asustó mucho cuando los misiles comenzaron a caer sobre la ciudad; dejamos de trabajar más o menos una semana, pero luego continuamos”, cuenta.
Ahora se sienten relativamente seguros. “Lo más peligroso son los misiles de largo alcance, que tratan de destruir la infraestructura de energía, pero estamos bastante bien; estoy con mi familia, y los niños siguen yendo al colegio”.
Aproximadamente el 98% de los trabajadores se quedó en la empresa y continúa en sus funciones normalmente. Provienen básicamente de aldeas y pueblos cercanos y no tienen la posibilidad de dejar el país; la mayoría de los ucranianos que se han ido, según explica Pakhno, lo han hecho huyendo de las grandes ciudades.
En las semanas pasadas, el suministro de energía ha sido intermitente en Dnipro, algunos días con solo cuatro o seis horas de provisión. “Tenemos generadores con los que podemos sortear los cortes; no es normal, pero es un problema menor y se puede seguir trabajando”, afirma el empresario.
En esa misma línea, el Ministerio de Agricultura de Ucrania publicó en su página web una lista de bienes con los que se puede apoyar al mundo agrario; el primero de ellos: generadores.
«Pero después de la victoria, creo que vamos a restaurar nuestra industria rápidamente; estoy segura de que la comunidad internacional nos va a ayudar mucho”, Irina Kukhtina, presidenta de la Asociación Ucraniana de Berries.
CAMBIO DE TURNO
Los berries, en general, han logrado sortear bien este año de convulsión. Un cultivo fuertemente dañado por la guerra son las frutillas, que provienen en un 45% del sur, básicamente de pequeños agricultores. En tanto, la mayoría de los productores de arándanos, frambuesas, moras y grosellas, se ubican el norte y oeste del país.
“En los territorios no ocupados, ninguno de nuestros asociados ha dejado el negocio. Se pudo cosechar y tuvimos volúmenes suficientes para exportar”, detalla Irina Kukthina, de la Asociación de Berries. De hecho, la producción de arándanos ucranianos cierra en 2022 con un récord, pese a la guerra (ver recuadro).
Hubo berries suficientes para generar stocks de congelados, los que, no obstante, enfrentan el desafío de la electricidad. Para procesar y congelar -actividades que demandan un alto consumo de energía- muchas compañías debieron cambiar sus turnos a la noche para hacer funcionar las plantas entre las 22:00 y las 6:00, el horario en el que hay menos demanda, lo que significó un esfuerzo de adaptación importante para el personal.
Con un suministro intermitente y la creciente ofensiva rusa sobre la infraestructura crítica, los productores han intentado proteger sus instalaciones mejorando sus sistemas de generación autónoma. “Muchos también han trasladado sus stocks a frigoríficos en Polonia y están tratando de mantenerlos y asegurarlos para evitar la caída de los precios”, explica la presidenta de la Asociación de Berries.
Si bien la temporada de procesar y congelar ya se cerró y el mantenimiento de los congelados demanda menos energía, la incertidumbre sobre el suministro sigue presionando a vender lo antes posible, con un efecto inevitable: en el último mes, el precio de las frambuesas congeladas cayó casi un 50%.
“Es una situación temporal”, dice Taras Bashtannyk, de la Asociación de Horticultores. “Cuando pase el pánico se va a normalizar, y esperamos que eso ocurra a principios de 2023”.
Exportar ha sido la consigna, pues la guerra generó una fuerte contracción en el mercado interno. “Los arándanos no son un producto básico, como el pan, el azúcar o la leche, y por supuesto, con las dificultades económicas, la gente deja de comprar. Además, la clase media y alta, que es la que consume arándanos, migró de las ciudades hacia el oeste de Ucrania o a Europa, entonces el mercado interno se redujo”.
No obstante, exportar ha tenido sus bemoles. El gran horizonte es Europa -que ya antes de la guerra era el mayor receptor-, pues mercados como Medio Oriente o el Sudeste Asiático solo son accesibles por vía aérea o marítima.
La logística desde y hacia Europa se mantiene relativamente regular, aunque con demoras por la cantidad de vehículos civiles y camiones con bienes críticos, como combustible o granos. “Esto hizo más riesgoso, por ejemplo, exportar arándanos frescos, porque un camión puede demorar 5 o 7 días en llegar a Polonia”, agrega Bashtannyk.
El gran problema es que la logística se ha encarecido entre un 200% y un 300%, presionando al alza los precios de los fertilizantes, los materiales de embalaje y en general todos los costos. Además, también por la logística existe competencia. “Por ejemplo, nuestro concentrado de manzana ha perdido competitividad frente al polaco, porque el mismo camión que despacha ese concentrado puede despachar aceite de maravilla o combustible, y el nivel de demanda y precios de esos productos es enormemente alto”, explica Taras Bashtannyk.
Pero en general, el abastecimiento funciona. “Antes de la guerra podíamos garantizar que un camión iba a llegar a una bodega tal día, a tal hora; hoy ofrecemos, por ejemplo, despachar entre lunes y miércoles”, especifica Irina Kukhtina.
Mantener los cultivos, conservar los puestos de trabajo y continuar con el negocio es hoy cuestión de supervivencia. Por lo mismo, los productores y exportadores de frutas han redoblado los esfuerzos para estar presentes en ferias internacionales. “Ir a la Fruit Logistica fue complejo, porque fue a principios de abril, todavía estábamos todos en shock y era muy difícil desde el punto de vista sicológico y moral asistir, pero nuestra gente se movilizó. Era importante que nos vieran, porque cuando empezó la guerra, hubo quienes dijeron que Ucrania estaba fuera del mercado, lo que no es así: estamos presentes, estamos trabajando y podemos cumplir contratos, con algunas adaptaciones”, subraya Kukhtina.
Otro mito que se intenta derribar en las exhibiciones es que los productos ucranianos no serían “limpios”, producto de la guerra. “Los productos de los territorios ocupados o dañados con bombas o minas no están disponibles porque no pudieron cosecharse; pero en el resto del territorio la producción continúa y sigue siendo de alta calidad”, aclara la ejecutiva.
En estos nueve meses de guerra, los ucranianos han mostrado al mundo una resiliencia y voluntad a prueba de todo. Nadie vislumbra el fin del conflicto, pero al menos en los territorios no ocupados, la incertidumbre no les dobla la mano a los agricultores. “Uno puede ser pesimista u optimista, pero a los árboles y los arbustos eso les da lo mismo, porque no saben que hay una guerra; tienes que seguir trabajando porque sin irrigación o fertilizantes, se mueren. Un huerto no es una oficina en la que das vuelta la llave y te vas, hacemos lo que tenemos que hacer”, dice Taras Bashtannyk.
Los productores tienen claro que aún quedan tiempos duros. “Pero después de la victoria, creo que vamos a restaurar nuestra industria rápidamente; estoy segura de que la comunidad internacional nos va a ayudar mucho”, dice Irina Kukhtina. “Creo que cuando la guerra termine y tengamos de vuelta nuestro país y nuestra libertad, vamos a recuperar nuestros volúmenes en unos tres años y se va a invertir mucho en innovación para tener mejores productos. Pero el próximo año tenemos que ser fuertes”.