La relación de Korea del Norte con la República Popular China es una característicamente compleja. Siendo la península un territorio que corresponde a una periferia tradicional del mundo chino, la cercanía de ésta al núcleo básico del poder imperial por siglos, como es la zona norte, ha significado que la relación haya sido siempre de tipo contradictorio. Por un lado, China fue fundamental para la expulsión de la invasión japonesa desarrollada entre 1592 y 1598, pero por el otro lado, la presión china en todos los ámbitos ha sido un factor determinante en la construcción de una visión de sociedad profundamente nacionalista, que ha derivado en la denominación de la península como el “reino ermitaño”.
El siglo XX no ha sido distinto. Por un lado, la ocupación japonesa de la península, que se desarrolla entre 1905 – desde la victoria nipona en la Guerra Ruso Japonesa- y hasta 1945 – con la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial – resultó extraordinariamente dura, pero China no lo pasó mejor, especialmente desde los “tratados desiguales” firmados con Occidente en el paso del siglo XVIII al XIX y que determinaron condiciones especialmente duras para el gigante asiático, que culminarían con la ocupación por fuerzas occidentales y después japonesas de parte considerable de su territorio. Ambas sociedades se encontraban en difíciles condiciones para la reconstrucción de postguerra, y cuando en 1948, el triunfo de Mao Tse Tung en la Guerra Civil China consolidó el poder comunista en el país, ya Korea había sido dividida en dos áreas de ocupación, esperando el desarrollo de elecciones que permitieran un proceso de reunificación basado en principios democráticos.
El líder del norte, Kim il Sung no estaba dispuesto a eso, y ante el riesgo de perder las elecciones, optó por una solución militar, invadir Korea del Sur, que sorprendió no solo al sur de la península, sino también a los EE.UU. e incluso a la URSS y a China. Todo indicaba al principio, que el proceso militar sería exitoso, pero tres años después el fracaso era total. Más aún, para evitar ser derrocado por la reacción militar de la ONU, liderada por los EE.UU., tuvo de vender su alma al diablo, pidiendo ayuda no solo a Mao, sino también a Stalin. Este juego doble se mantendría durante toda la Guerra Fría haciendo competir a los dos gigantes comunistas por el favor de Korea del Norte, pero desde 1989, ya con Kim Jong Il, segundo miembro en el poder de lo que se había vuelto ya una dinastía, la situación se complicó gravemente.
El colapso de la URSS hizo depender al gobierno de Pyongyang y su “comunismo dinástico” – denominado como Juche – solo de Pekín y además de tener que tolerar lo que resultaba difícil de aceptar, la adopción de prácticas capitalistas en China desde 1976. Esa situación, unida a la percepción de riesgo y de abandono llevó a Korea del Norte a desarrollar un arsenal nuclear. En colaboración con contrapartes del mundo árabe y musulmán, se desarrolló no solo un arma nuclear, sino además múltiples tipos de misiles de diverso alcance desde los cuales proyectarla, e incluso, un arma lanzada desde submarinos se convirtió en la última garantía de seguridad de que la dinastía permanecería en el poder.
El problema de la subsistencia económica se volvía, además, ya crítico en la década del 90. Sucesivas hambrunas afectaban gravemente al país, con decenas de miles de muertos por inanición, pero la “mano de hierro” del régimen se resiste hasta hoy a cualquier cambio, y con la llegada del joven Kim Jong Un, tercer miembro de la dinastía, y por lejos el más amenazado, al detectarse las acciones de los servicios secretos chinos, norteamericanos y de otros actores en buscar un sucesor en la plétora de hermanos que residían en China, su reacción fue la de iniciar el lanzamiento de misiles con tono abiertamente amenazante, sobre los diversos estados vecinos y, especialmente, posesiones norteamericanas, como la Isla de Guam. La reacción occidental ya no fue de aplacamiento, mediante recursos económicos, petróleo o cereales, sino de bloqueo aún más intenso, lo que se hizo aún más serio con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
No es el momento ni son las circunstancias para tolerar al caprichoso líder norkoreano.
Korea del Norte sigue dependiendo desesperadamente de los emprendimientos industriales binacionales con China, pero el conflicto con los regímenes de Beijing ha llegado al punto de la humillación pública. Cuando una detonación nuclear koreana generó un pequeño sismo justo en el momento en que en Beijing se recibía a una delegación de los BRICS, quedó claro que Kim estaba yendo demasiado lejos, lo que produjo en Beijing la reducción de los intercambios comerciales, la compra de carbón y otras sanciones. Sin embargo, nada parece conmover el oscuro líder norkoreano.
“Por un lado, China fue fundamental para la expulsión de la invasión japonesa desarrollada entre 1592 y 1598, pero por el otro lado, la presión china en todos los ámbitos ha sido un factor determinante en la construcción de una visión de sociedad profundamente nacionalista”
Para el 2021, y con la pandemia nunca reportada dentro de Korea del Norte, la situación se vuelve más compleja. El régimen de Xi Jimpin ha sido fuertemente afectado por lo que Trump y otros no se cansan de denominar como “virus chino” y todo el esfuerzo en la construcción de vías de comunicaciones comerciales a través de Asia y el Océano Índico parece estar bajo fuerte presión. No es el momento ni son las circunstancias para tolerar al caprichoso líder norkoreano. Más aún, con la administración Biden debutando con un fuerte choque con China en la reunión cumbre de Anchorage, es aún más claro que los esfuerzos chinos no podrán tolerar más muestras de autonomía agresiva de Pyongyang. Esto difícilmente implicará una caída o derrocamiento del régimen Juche, pero es altamente probable que su disciplina sea impuesta de forma taxativa desde Beijing. El Pacífico asiático se está volviendo un océano de competencia y conflicto, y ya es suficientemente serio el choque norteamericano, por lo que Kim Jong Un va a tener que abandonar su “diplomacia de los misiles” so pena de enfrentar el riesgo de un abandono económico y, más grave aún, el peligro de una implosión económica generada por la suspensión de la ayuda china. El mundo multipolar dinámico que se consolidó desde el inicio de la pandemia ya no da espacio para la procrastinación multilateral. Parece haber un renacer de la política estatal sobre bases de poder. Y los débiles, por más que tengan armas de destrucción masiva, deben de comprenderlo, por su propio bien.