¿Qué pasó que ahora, finalmente, pareciera ser que estamos tomando conciencia?
La respuesta podría estar en diversos tecnicismos y conceptos académicos, pero hay una que me parece la más acertada de todas: los efectos del cambio climático se volvieron una realidad y tocan hoy a nuestras puertas. En nuestro país ya son 13 años de una sequía sin precedentes, un avance de la desertificación que ya alcanza a la Región Metropolitana, suelos degradados cada vez más frecuentes en zonas históricamente saludables y, quizás lo más grave de todo, la amenaza latente de racionamientos de agua en la capital.
Este panorama, delicado de por sí, se ve agravado por un sector político que sigue sin entender su rol en la búsqueda de soluciones. Tras casi 11 años de discusión, nuestros parlamentarios lograron evacuar un nuevo Código de Aguas que regirá la administración de este recurso. Hasta ahí todo bien si no fuera porque, casi en paralelo a su promulgación, la Convención Constituyente amenaza con dejar sin efecto este acuerdo transversal, forzándonos a retroceder a fojas cero cuando más necesitamos de una regulación moderna al respecto.
Los derechos de aprovechamiento de aguas datan desde los tiempos de La Colonia, lo que se traduce en que su capacidad administradora ha permitido enfrentar diversos momentos de sequía en la historia de Chile. No será un documento perfecto, pero permite dar respuesta a una necesidad concreta que no puede (ni debe) ser descuidada en tiempos de déficit hídricos tan extremos como los actuales.
Los problemas de falta de agua dejaron de ser pocos. Hoy en día vemos que los efectos del cambio climático y la mega sequía que nos aqueja golpean sin misericordia desde la Región de Atacama hasta La Araucanía. Este desafío nos obliga a ser creativos en la adopción de medidas que hoy están a la vista.
Más infraestructura hídrica, mayor capacidad administrativa, más acceso a tecnologías de la información en tiempo real, más inversión en riego tecnificado y más y mejores recursos para atender zonas extremas, son hoy infinitamente más necesarios y relevantes que un debate político tan árido como nuestros campos productores de alimentos.
Aún tenemos la oportunidad de hacer las cosas bien. En uno de los momentos más críticos del punto de vista hídrico, nos vemos en medio de una discusión legislativa que no nos permite planificar y mucho menos administrar el agua de manera eficiente, lo que trae como consecuencia que con las herramientas actuales no estemos preparados de manera adecuada para cubrir las demandas de las familias, proyectar el crecimiento país, potenciar el empleo, mantener el desarrollo rural y, lo que es más grave, potenciar a la familia campesina que trabaja la tierra y abastece nuestros mercados con productos sanos e inocuos.
Es tiempo de hacer el cambio. De darnos cuenta que no podemos esperar resultados distintos si seguimos haciendo lo mismo de siempre. Hoy más que nunca necesitamos partir por educar a las personas a aprender, en forma esporádica, a satisfacer sus necesidades con menos agua. Educar en los colegios y fomentar una cultura del uso inteligente del suministro al que, aún, tenemos acceso. Es claro que no podemos hacer llover, pero si podemos aprender a adaptarnos a un país que sin duda alguna va a seguir funcionando, pero con menos agua.