Conflicto en Ucrania y las consecuencias para el mundo

Conflicto en Ucrania y las consecuencias para el mundo


Fernando Wilson L. Mg en Ciencia Política y RR.II., Dr. En Historia, Facultad de Artes Liberales Universidad Adolfo Ibáñez

El conflicto desarrollado entre la Rusia de Vladimir Putin y la Ucrania independiente desde 1990 es serio, no tanto por presentar un conflicto militar mayor, sino porque representa el fin del período en que Rusia, o más bien su Líder, pudo controlar pulsiones geopolíticas ancestrales, y requiere o cree requerir, una solución urgente a un problema definido históricamente como “poseer fronteras defendibles”.

En esencia, la disolución de la Unión Soviética en 1991 implicó el retroceso de Rusia a fronteras que había superado desde hace medio milenio. La razón de dicha expansión excede con mucho a esta columna, pero en relación a sus fronteras europeas, ello está dominado por el efecto contrastante entre su profunda admiración a la cultura, y a la vez, su profundo temor a los estados europeos. En esencia, perciben que la cultura y civilización vienen desde el mismo punto cardinal a partir del que han llegado las peores invasiones y sufrimientos para su sociedad.

Es difícil disentir cuando uno recuerda a Napoleón, al Kaiser o a Hitler, y eso solo en los últimos 200 años. Sin embargo, no es menos cierto que el paneslavismo ha llevado a Rusia a buscar agresivamente posiciones en los Balcanes, Asia Central o lo que en algún momento fue la India británica.

En esta situación, para el actual líder ruso, Vladimir Putin, esta situación es un nuevo riesgo cuando su país ve su economía estancada por las sanciones occidentales tras lo que él percibe como la “recuperación” de Crimea. Hoy, buscando atraer a su órbita a los estados independientes de Bielorusia y Ucrania, se encuentra con que, en el último de estos países, la presencia y ejemplo de Occidente es demasiado fuerte. No es capaz de obviar la seducción que los éxitos de las economías democráticas europeas demuestran en casos directos como Polonia o los Estados Bálticos, entre otros.

Cuando el intento de acercamiento a Ucrania fracasa por un levantamiento popular en 2013, en el ya histórico caso del EuroMaidan, Putin se encuentra sin instrumentos de atracción equivalentes, y solo puede “salvar los muebles” a través de la violencia.

La toma de Crimea en ese sentido es para los rusos intransable, pero la decisión de mantener a Ucrania sometida a un conflicto permanente, alimentando a las minorías rusas de la cuenca del Río Don, que mantienen enclaves autónomos desde hace casi una década, a través de operaciones militares constantes, no pudo ser resuelto políticamente y son un permanente recuerdo de que Rusia, de quererlo, puede destruir a Ucrania por vía violenta.

Y así, Rusia acumuló fuerzas militares masivas en la frontera con Ucrania y también desplegadas en la frontera bielorusa ucraniana, ostensiblemente en ejercicios militares. Estas representaban más del 70% de las unidades de maniobra de todo su ejército. También se habían movilizado centenares de aeronaves de combate y cada día aparecían en redes sociales las imágenes de columnas de vehículos blindados o trenes cargados de tanques en sectores próximos a la frontera común. Aparentemente, se confiaba en intimidar a Ucrania y poder imponerle términos sin siquiera un ataque.

Pero eso no funcionó, y el presidente Zelensky comenzó a denunciar la estrategia de agresión, consiguiendo que desde los países anglosajones le enviaran armamento anti blindaje de última generación y además, aunque sin confesarlo, la construcción de una red de transferencia de inteligencia táctica que le permitió a Ucrania anticipar el ataque y prepararse para el choque.

Es cierto, el ejército ruso es una sombra de lo que fue el soviético, su tecnología ya no es de punta, pero bastó para invadir a un vecino mucho más débil. La esperanza, sin embargo, era un golpe de mano. Decapitar rápidamente al Gobierno ucraniano, reemplazarlo por un liderazgo que fuera títere de Moscú y efectuar una breve ocupación militar con el objetivo de apoyarlo en su entrada en poder. No fue así. Desde el primer momento los comandos Spetsnaz que buscaron tomar el aeropuerto de Holomedel fueron sorprendidos por fuerzas mecanizadas muy superiores en potencia de fuego. Los aviones que traían a las tropas de asalto aéreo, que debían de reforzarlos, fueron interceptados por cazas y misiles antiaéreos, y el paseo militar, en vez de ser recibido con flores y aclamaciones, se convirtió en una espantosa operación de desgaste, que está afectando seriamente al ejército ruso, con miles de bajas, material destruido y con serios problemas de abastecimiento.

Para peor, las sanciones occidentales han sido inesperadamente feroces. El daño a la economía rusa ha sido mucho mayor de lo esperado y la pérdida de credibilidad tanto de Vladimir Putin como de la misma Rusia es de niveles históricos.

Soldados del ejército ruso, a bordo de un vehículo blindado de transporte de personal BTR-80, se dirigen por carretera hacia el centro de Ucrania. Foto EFE

¿Por qué Putin insiste en esto? Porque cree que lo necesita. Rusia ya no es considerada una súper potencia, sino solo una gran potencia regional. Su economía se ubica entre Italia y Alemania. La misma China usa territorios de estados clientes rusos como vía de paso de las redes de su proyecto OBOR. La India ya no es un estado cliente al que Rusia le vende el equipo militar sin más, y las crisis musulmanas en Medio Oriente y Asia Central amenazan seriamente su flanco sur.

Putin parece creer que necesita dar una demostración de poder, y de “poder duro” o hard power como le dicen. Ahora, la razón de por qué hace esto en una era de multilateralismo, influencia indirecta o acción en redes es porque Rusia NO es Occidente.

Es un enorme territorio bisagra entre el mundo de la estepa y la Europa Oriental ancestral. En esa situación, puede que Pedro el Grande o Catalina hayan tenido su mirada fija en Occidente, pero la Horda de Oro de la que Moscovia fue tributaria por siglos, es una influencia muy relevante también. Y los Varegos nórdicos que comerciaban y peleaban a través de sus grandes ríos también fueron críticos en la formación de lo que hoy es Rusia.

Todos estos actores, además de Europa, usaron la fuerza contra Rusia por casi un milenio. Pretender que una sociedad así, que no ha estado expuesta a los procesos del racionalismo que perfilaron la democracia occidental en el mundo moderno, se comporte como una democracia liberal es, simplemente, no entender que Rusia NO es una democracia Occidental. Putin, de la misma forma, fue un apparatchik de la KGB, y su carrera política se ha montado en procesos exitosos de aplastamiento de rebeliones: Chechenia, Georgia, Crimea, o hace apenas algunas semanas, el apoyo al Gobierno de Kazakhstan en reprimir su propia versión de “Estallido Social”.

Putin es un líder que comprende el poder duro y no juega por las reglas. Famoso el incidente cuando recibió con dos mastines a la Premier alemana, Ángela Merkel, cuyo temor a los perros era conocido. Es un jugador de casino que claramente estaba en una buena racha, pero que inesperadamente sufre una pérdida enorme. No quiere asumir el hecho e irse, sino que sigue apostando, confiando que su buena estrella volverá. Ha perdido muchísimo. Tiene a Europa y a los EE.UU. con sus ojos sobre él y en su invasión a Ucrania. Ya hay amenazas personales de procesamiento judicial más allá de las sanciones económicas. Este es el momento para retirarse. Ya consiguió lo que inicialmente parece haber querido, como es “congelar” a Ucrania, neutralizándola e impidiéndole entrar a la Unión Europea o a la OTAN. Putin siempre jugó al borde, y esta vez, se cayó al abismo.

Es claro que dentro de la misma Rusia hay gente muy preocupada, como fue la publicación de una columna del director de la Asociación de Generales en Retiro del Ejército ruso, donde le advierte de las consecuencias de una invasión a Ucrania y el brutal costo que Rusia pagaría por ello en sangre y dinero. Parece querer forzar la situación literalmente hasta el límite. Qué decir de declaraciones cada vez más duras de los famosos “oligarcas” o incluso las manifestaciones callejeras, que cada día registran hasta 5.000 detenidos por las abrumadas fuerzas de policía. Hay una vieja broma en Historia Militar que dice que todas las guerras terminan cerca de Navidad, pero varios años después de cuando se esperaba. Ese es el riesgo de Rusia hoy. Seguir insistiendo en operaciones militares sobre un conflicto que resultó ser completamente diferente a lo esperado. Seguir ensanchando la zanja que ha construido en relación a Occidente a los inversionistas globales. Un desastre en toda regla del que Putin no parece querer retroceder, al menos aún, y sin nada que mostrar a cambio.

Entramos, por tanto, en una fase particularmente difícil de la Invasión. Rusia informó sus condiciones: reconocimiento de la anexión de Crimea, de la independencia de Luhansk y Donetsk, y su “neutralización” a nivel de texto constitucional. Esto solo ya es una victoria para Ucrania, que inicialmente buscaba ser arrasada. Hay que ver que saldrá de esto, pero con Rusia ya definiendo condiciones, esperemos que no sea demasiado largo. El mundo, sin embargo, ya cambió. La guerra de agresión vuelve a ser un instrumento usado por las grandes potencias. Rusia hoy es temida, pero también odiada. Y esa combinación nunca ha sido fecunda.

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