La escena de la China post pandemia es contradictoria y compleja. Si bien su recuperación económica fue impresionante en un primer momento -incluso creció en 2020- cuando todo Occidente estaba sumido en el desastre, serios problemas se escondían debajo de la alfombra. Primero, el panorama de sus relaciones vecinales comenzó a complicarse seriamente. No en vano, solo uno de sus vecinos, Pakistán, tiene términos políticos favorables de relación bilateral. Todos los demás tienen distintos tipos de problemas limítrofes o comerciales con el gigante asiático. Y es que la política del “Lobo Guerrero” de Xi Jimpin, agresiva y activa, para convertir al país en una superpotencia, rompió con la tradición china de introspección y gravitación geopolítica sobre un ámbito acotado de su periferia. La China que invertía en sus países vecinos como mecanismo de confianza mutua, fue reemplazada por una potencia hegemónica que buscaba liderazgo regional duro, como quedó demostrado con la agresiva toma de control portuario en Sri Lanka y la enorme red de bases que se construyó en pocos años en la cuenca del Océano Índico. Esta acción generó inevitables reacciones, como fue la asociación del Quad, asociación estratégica entre India, Japón, Australia y los EE.UU. específicamente orientada a contener a China.
El mismo proyecto del OBOR, o de “La Franja y La Ruta”, comenzó a preocupar a Europa Occidental e incluso a Rusia y los estados centro asiáticos. Primero fue Alemania que comenzó a preocuparse de las inversiones chinas, las que no obedecían las normas germanas de protección a la propiedad intelectual o concentración de propiedad. Posteriormente, las inversiones en concesiones portuarias en Grecia e Italia, que de por sí ya eran delicadas, se volvieron aún más complejas a partir de los tropezones en Asia Central que comenzaron a complicar seriamente el panorama. Si bien no han sido reportadas con tanto interés por la prensa occidental como otros aspectos de política exterior china, lo cierto es que complicaron seriamente sus inversiones. La llegada de los talibanes al poder en Afganistán solo puso en evidencia un problema estructural, como podría ser la expansión de la insurgencia musulmana integrista por los estados centro asiáticos donde corren los ferrocarriles del OBOR.
Esta situación se agravó con la victoria de Joseph Biden en la elección presidencial norteamericana de noviembre de 2020. Por el contrario, a la errática administración Trump, que se concentró en aspectos puntuales de los problemas comerciales de la relación bilateral, Biden inauguró una fase de rivalidad geopolítica estructural. La cumbre de marzo de 2021 en Anchorage, Alaska, solo confirmó que los problemas irían aumentando, y la presencia avanzada de capacidades militares norteamericanas en la zona, en cooperación con Japón, Corea del Sur e incluso Gran Bretaña, llegó a su apogeo a inicios de octubre con la combinación de nada menos que cuatro portaaviones de las naciones antes mencionadas en el mar de China meridional. Medio millón de toneladas de “poder duro” desafiando a una China que se ve hoy reaccionando frente a un desafío frontal. Incluso más, la firma del Tratado AUKUS entre EE.UU., Gran Bretaña y Australia en pos de construir al menos ocho submarinos nucleares de ataque, va también mucho más allá que la mera adquisición de material militar, sino que implica una asociación que involucra tecnología nuclear para contener a China.
Pero lo peor de todo es la crisis que está afectando al sector inmobiliario interno. Si bien la atención la acapara la enorme Evergrande, son varias más las grandes inmobiliarias chinas que se encuentran en condiciones inminentes de default. Una situación así, en un sector que representa casi el 20% del PGB chino despierta toda clase de temores en recuerdo a lo que fue la crisis subprime en los EE.UU., que rápidamente se convirtió en una crisis global.
En síntesis, la República Popular China es sin duda una enorme potencia económica, comercial y estratégica, pero no está consiguiendo insertarse de forma eficiente en el concierto internacional, recordándonos los pasos torpes del II Reich Alemán antes de 1914. La búsqueda del Kaiser Guillermo II de un “lugar bajo el sol para Alemania”, terminó precipitando la Primera Guerra Mundial. En este caso, confiemos en que China que, inesperadamente, pasó de ser dueña de una iniciativa impresionante y que le permitía avanzar con sus inversiones a través del mundo, pueda evolucionar a un proceso más equilibrado y negociado con sus socios, y de equilibrio con sus rivales.